Las bolsas de plástico, fabricadas con polietileno de baja densidad, pueden tardar 150 años en desaparecer y una botella de plástico incluso 1.000, según datos de la Fundación Aquae. Por ello, numerosos investigadores de todo el mundo llevan años investigando para encontrar el método y acabar con él de una manera más rápida y sin dañar el medio ambiente.
Federica Bertocchini, natural de Italia y residente en España, es bióloga molecular, pero su hobby siempre ha sido la apicultura. Su descubrimiento en realidad fue pura serendipia. Un día, después de limpiar los panales de abejas en su almacén, observó que los gusanos de la cera —también llamados gusanos de miel porque se alimentan de este alimento— que se encontraban en los paneles, habían hecho pequeños agujeros en la bolsa donde los depositó. Desde entonces, quiso poner en marcha su investigación y descubrir por qué sucedía este fenómeno.
"Los gusanos normalmente se crían en las colmenas cuando hay muchas abejas en equilibrio, entonces los gusanos no salen. Cuando no hay abejas, estos salen y destruyen el panel de abejas, se lo comen entero. Al sacar los paneles, después de un invierno guardados en una bolsa, observé que los gusanos habían hecho múltiples agujeros", narra Bertocchini.
"No quiero producir millones de gusanos para ponerlos en un vertedero porque no se sabe lo que puede pasar, puede ocurrir un desequilibrio fatal y no se puede jugar con la naturaleza de esta manera. La idea es utilizar el gusano, estudiar su metabolismo y sacar esa molécula", explica Bertocchini a Sputnik.
Imaginemos que ya se consigue esa molécula, ¿podría acabar con el problema de los plásticos? ¿Cuánta cantidad de plástico podría eliminar un gusano? Todavía no hay respuesta a estas preguntas ni se pueden dar cifras exactas hasta encontrar la molécula que utilizan estos insectos, pero los investigadores consideran que podría ser un gran avance para la humanidad a través de la implantación de un kit individual para degradarlo por uno mismo o a gran escala a nivel industrial, para que se pudiera aplicar luego a cúmulos de plástico. "Acabar no sé, pero una gran contribución seguro", declara.
"Si se come la molécula de plástico, como el polietileno que es muy resistente y se rompe y se oxida, eso es lo más importante: que su organismo la pueda degradar. Y eso es la parte más difícil, una vez que tengamos eso, ya vamos cuesta abajo", explica la bióloga.
"No hay medios suficientes"
Su caso ejemplifica la realidad de la investigación científica en España, un sector que permanece en crisis. Entre 2010 y 2017, la inversión en ciencia en España cayó un 5,9%, mientras que los países de nuestro entorno la aumentaron: un 27% de media en el conjunto de la UE-28, un 31% en Alemania y hasta 99% en China. La investigación, al fin y al cabo, "es una inversión a largo plazo que en España nunca se ha tomado lo suficientemente en serio", escribe el Gobierno en su último Plan de Choque para la Ciencia y la Innovación.
Bertocchini lo sabe muy bien. Cuando llegó al hallazgo, justo acababa de terminar su contrato en el CSIC y estuvo un tiempo en desempleo: "Fue muy duro. Desde el CSIC central me apoyaron con un pequeño salario que al menos me permitía pagar los gastos y seguir adelante con el proyecto.
"Estamos mal. Con la crisis de 2008 tuvimos una generación de científicos españoles que se fueron al extranjero y eso no puede ser. Yo me siento española, contribuyo al sistema español, cuando veo a esa generación de jóvenes que se van, me sangran los ojos. Es un desastre", confiesa Bertocchini.
Ahora, tiene un contrato con el CSIC a la espera de que le finalice dentro de dos años. Después, seguirá buscando los medios para seguir adelante. Pide más apoyo gubernamental, no solo para su proyecto, sino para toda la investigación en general. "Hay gente muy buena, pero es un gran esfuerzo investigar porque no hay medios suficientes. Si les dieran los medios necesarios, muchos investigadores contribuirían en gran medida a la ciencia. Hay que invertir más, nunca es bastante", concluye.