El Kursk se hundió el 12 de agosto de 2000 en el mar de Barents, en una zona con una profundidad de 108 metros, durante unas maniobras de la Flota Rusa del Norte.
La tragedia les costó la vida a 118 tripulantes y se convirtió en el día más negro para la Armada de Rusia.
Asistieron a la misa los parientes de los submarinistas muertos.
"Por cierto, ese dolor penetrante que nos inundó hace 20 años ya ha cambiado, hemos aprendido a resistirlo… Nos quedan muchas memorias claras de las personas que perdieron la vida y sentimos orgullo por ellos", dijo a Sputnik una de las parientes.
Actualmente en San Petersburgo viven más de 50 familias de las víctimas de la tragedia.
En el cementerio Serafímovskoye de San Petersburgo, donde están enterrados 32 tripulantes del submarino, se erige un monumento.
La escultura central del monumento es un cubo de granito negro con una figura de bronce de un petrel colocada encima. En un lado del pedestal está grabada la frase En memoria de la tripulación del Kursk y las coordenadas del lugar donde se fue a pique el submarino, y en el otro lado hay una frase de la última nota del teniente comandante Dmitri Kolésnikov, quien murió en el submarino, que dice: "No hay por qué desesperarse".