Enseñar músculo a través de una pantalla es quizá menos arriesgado que hacerlo en directo ante un rival que te sobrepasa en fuerza y peso, pero parecía obligado hacerlo. La nueva dirigencia de la Unión Europea ha dejado claro a Pekín que la paciencia se está agotando. Y como muestra de ese cambio de actitud, que deberá reflejarse en actos futuros, antes que las cuestiones comerciales, las referidas a derechos humanos sirvieron para calentar el ambiente previo a la cita virtual.
Antes del encuentro, pantalla de por medio, entre el presidente chino, Xi Jinping, y su primer ministro, Li Keqiang, con la Presidenta de la Comisión, la alemana Ursula Von der Leyen, y el Presidente del Consejo europeo, el belga Charles Michel, la Comisión pedía la liberación de prisioneros de nacionalidad extranjera y otros chinos. Acostumbrados a la extrema cautela, a la timidez y a veces a la auto humillación de las instituciones europeas frente a la potencia económica de su socio, el tono del 22 encuentro UE-China ha tenido el mérito de plantear los desacuerdos sin tabúes sobre la mesa.
También como aperitivo a la cita, la UE había criticado duramente, sin nombrar a China expresamente, las campañas de "desinformación" realizadas a través de las redes sociales sobre el COVID-19 y el origen de la pandemia. La "agresividad" de ciertos diplomáticos chinos en países europeos fue desvelada eso sí, sin tapujos.
"Derechos humanos inegociables"
La exigencia del respeto a los derechos humanos —"no son negociables", según Von der Layen—, no ocultó, sin embargo, el grueso del asunto que se dirimía, el desequilibrio en las relaciones comerciales entre la UE y China.
La crisis del coronavirus parece haber despertado a Europa de su inferioridad anímica permanente y ha permitido a sus dirigentes plantear a sus interlocutores su enfado por el incumplimiento de los acuerdos en lo que se refiere, entre otros, a la apertura de los mercados públicos chinos a empresas europeas, el freno a la obligada transferencia de tecnología, la protección de las denominaciones geográficas de origen o la seguridad jurídica, en suma, los principios que rigen los reglamentos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y que los chinos, según la UE, pasan por alto.
Su socia alemana, Angela Merkel, había ya tomado, semanas antes de la 'cumbre' eurochina, otra decisión espectacular: la anulación de la reunión de Leipzig entre los 27 y Xi Jinping, prevista para septiembre. Justificada por el virus, es una muestra más de la intención europea de obtener, por fin, acuerdos garantizados y respetados por su interlocutor.
Alemania representaba mejor que nadie en el Viejo Continente ese angelismo ante China, hasta que vio cómo sus poderosas y exitosas pequeñas y medianas empresas eran objeto de la voracidad de Pekín. Wilkomen a la realidad.
Frenar el 'Made in China' saldrá caro
El ataque de orgullo diplomático europeo será difícil de traducir en realidades concretas. Relocalizar empresas suena muy bien, pero habrá que convencer a los consumidores europeos, especialmente a los más pobres, de que la soberanía industrial significará pagar más por los productos liberados del omnipresente sello Made in China. Habrá que persuadir también de cambiar de actitud a los 11 miembros de la UE que ya forman parte de la red Nueva ruta de la seda (Grupo16+1) que China despliega por el Continente, regando de dólares en la compra de infraestructuras estratégicas.
Entre las reacciones oficiales chinas al desencuentro destaca la del embajador de Pekín en Bruselas, Zhang Ming, que ha amenazado con la carta habitual: "El capital es muy sensible; si el viento cambia, votará con los pies".