"Hijo de terrorista", "gerontocida", "sepulturero": no es raro encontrarse con estas apelaciones en la política actual española. Los insultos de diputados hacia miembros de otro grupo, desde el estrado o la bancada, son fáciles de reconocer. Llevan décadas escuchándose entre las paredes del parlamento. En los últimos tiempos, con una mayor fragmentación de partidos, parecen haberse recrudecido. Incluso en una situación de emergencia social como la que ha provocado el coronavirus, una epidemia inesperada que reclama más concordia que divisiones.
Últimamente, los titulares han reflejado el "no sois patriotas, sois parásitos" espetado por Pablo Iglesias, líder de Podemos, al grupo de Vox. O la campaña contra la "dictadura socialcomunista" de estos últimos al Gobierno español (elegido, por cierto, en unas elecciones democráticas). Ese mensaje directo, sin almohadillas, va forjando una polarización carente de matices o puntos de unión. Porque el lenguaje va ligado íntimamente a la mente, y viceversa.
Por eso, la batalla política no solo se lucha en las urnas sino en el terreno lingüístico. Quien instaura un concepto o consigue los vítores del público se anota un tanto con posibles repercusiones prácticas. Los medidores ya no son los informativos del almuerzo sino los hashtag de Twitter. Las tendencias sobre las que millones de internautas discuten en unos cuantos caracteres aderezados por memes o gifs.
— FORO JMM (@ForoJmm) May 29, 2020
"Da la sensación de que el objetivo de ahora es convencer a los propios seguidores, no persuadir al contrario, tal y como se entiende el lenguaje político", sostiene Inés Olza, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. "Y se utilizan los eslóganes, los titulares. Ya no hay espacio a la profundidad, sino al espectáculo, a la performance", afirma.
“El papel del mediador es importantísimo. Y alcanzar esos espacios de atención del ciudadanos es crucial. Lo sabe el político. Por eso no hay hueco al matiz. Pero lo que se consigue es el troleo, la polarización”, sentencia la investigadora.
Impera llevar la contraria, negar compulsivamente los postulados del oponente, aunque no haya un asidero firme: "El resultado de esto, muchas veces, es que se rompe el principio de contradicción: se dice una cosa y luego la contraria", indica Olza, "y se plasma en una adhesión a unas ideas difusas, sin fundamento".
"Con el tiempo, todas las figuras políticas se están comunicando cada vez más de manera más informal, más narrativa", declaraba Kayla Jordan, psicóloga de la Universidad de Texas y autora principal del trabajo, en el diario El País.. Inés Olza remarca, además, que las conclusiones demostraban que esa simpleza no se producía en otras disciplinas: la PNAS analizó también dos millones de artículos del The New York Times, 5.400 libros, los subtítulos de 12.000 películas y las transcripciones de 20 años de la CNN. "No es la cantinela esa de que cada vez hablamos peor, sino que solo ocurre en el lenguaje político", remarca Olza.
Este video dura 5 minutos, ya se que es largo , pero es el zasca definitivo, a todos aquellos que culpan a Iglesias del DESASTRE de las residencias en Madrid.
— Juanjo Bandera 🌏 (@juanjoband24) June 4, 2020
Merece MUCHO la pena.
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Tiene lógica. Según el periodista Eduardo González Vega, un mensaje político debe ser comprensible, creíble y memorable, "que se comente posteriormente en una charla con amigos". Este doctorando en comunicación política de la Universidad Camilo José Cela de Madrid considera que "las palabras lo cambian todo" y que los profesionales políticos "están siempre preparados" porque "van con un objetivo claro".
"Ahora la comunicación es horizontal. Ya no te enteras por la mañana, en un periódico de papel, sino que interactúas con el político por redes sociales y los titulares van en busca del clic, del beneficio", expone González Vega.
Los partidos políticos se aprovechan de esto para jugar a su favor y se han creído que "todo vale", según el experto. "En la comunicación hay una máxima de que menos es más", arguye, "y eso tiene también que ver con la eficacia a la hora de transmitir algo". Para González Vega, por ejemplo, el insulto siempre resta y "la distinción" se logra cuando un término trasciende el ruido o el tumulto espontáneo.
Olza lo ve como algo característico de la idiosincrasia mediterránea: "Se ha aguantado mucho tiempo durante la pandemia, pero ha estallado en las últimas semanas". Los gestos de apoyo vistos en el Ayuntamiento de Madrid entre el alcalde y la oposición o el consenso de países como Portugal o Italia no han enraizado en el Congreso de los Diputados español, donde sigue tachándose de "guarros", "piojosos" o incluso "asesinos" a algunos de sus dirigentes.