El relato de Sofía Siveroni no concuerda con la forma de contarlo. La historia parece un drama de tintes épicos y, sin embargo, esta mujer de 38 años suena alegre y cercana. Como si la distancia telefónica o la curiosidad indecente del interlocutor no importasen. Como si, en definitiva, todo hubiera sido un susto y el final se pintara con letras y filtros de celebración.
Porque este bebé habría nacido estos días y no hace tres meses, cuando lo hizo con apenas seis de gestación y con una madre intubada. Cuando una pandemia universal provocaba en España más de 900 muertes al día. Cuando los hospitales vencían los impedimentos físicos, arquitectónicos y emocionales con tal de luchar contra un enemigo invisible que los colapsaba.
Intercalando datos, palabras de agradecimiento o comentarios de su chico, Sofía va narrando un periplo que podía haberse quedado sin verbalizar. El arranque llega con una frase de novela negra: "Se quedó esperando en la puerta y lo que iba a ser media hora fueron 21 días".
Era viernes, día 6. Lo saben con precisión porque están convencidos de que fue allí. Fue allí donde creen, "en un 99%", que se contagiaron de un virus que más tarde provocaría el estado de alarma y una parálisis total del planeta. "Lo creo porque justo esa semana hacía frío, llovía y yo no había salido casi a la calle", arguye Sofía.
Sea o no el foco de contagio, al día siguiente los dos empezaron a notar un malestar todavía no reconocible como ese nuevo virus procedente de Wuhan, China. "Tuvimos fiebre, mal cuerpo", rememora. Lo sortearon unas horas gracias a una fiesta familiar. "Algunos dicen que fuimos una vacuna, porque muchos tuvieron síntomas leves, lo pasaron y ahora están inmunizados", ríe Sofía, que tuvo que ir dos veces en las siguientes jornadas al nuevo ambulatorio, el de su nuevo barrio. "Me dieron paracetamol y a casa".
Y ahí es cuando llega ese cebo de suspense lanzado al viento: la espera en la puerta del hospital 12 de Octubre de Madrid. Llegaron a los servicios de urgencias de maternidad y José Alberto se quedó fuera. Cabalgaban entonces las micropartículas del COVID-19 con virulencia y él no pudo ni entrar al vestíbulo. Lo que iban a ser 10 minutos se convirtió en 21 días: del 17 de marzo al 6 de abril.
"Tenía neumonía bilateral y la prueba del PCR positiva", comenta Sofía. Fue inmediatamente ingresada en planta. "Probaron dos tratamientos y no funcionaban. Empecé a empeorar y me dieron hasta ataques de ansiedad, que no podía ni dormir", recuerda quien dice ser "una marmota".
Viendo la evolución, los sanitarios decidieron realizar una cesárea para sacar a Julia. "No querían que la neumonía la afectara y, con la tos que tenía, pedí que me anestesiaran totalmente, por si me movía y cortaban mal", dice Sofía con guasa. Le hicieron caso. Y la media hora de parto sedada aumentó hasta 36 horas en blanco.
"Me intubaron y me desperté un día y medio después, desnuda, sin tripa, con un tubo en la tráquea y en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), con la gente saludándome como si me conocieran y sin saber qué hacía allí", apunta.
Ni ella ni su chico (que, como en una pantalla paralela a la historia, estaba en casa solo, enfermo y sin poder visitarla) vieron el instante en que asomó Julia. En el vientre rondaba el kilo y medio, pero se quedó en 1,1. "Yo la conocí a los 13 días y él a los 18", señala mientras se intuye alguno de los movimiento que ya hace Julia en casa y envía el mensaje que leyó al salir de la sedación.
Mismo hospital, distinta planta
"Tenemos una niña preciosa que está esperando en la pecera a que pases a recogerla. Es bien bonita y la has criado tan bien que ha salido bien fuerte", le escribió José, que había atravesado una odisea desde el ingreso hasta la recuperación del parto, padeciendo el virus y escuchando cómo hasta su amiga médica lloraba por la ineficacia de los medicamentos.
"Estaba en el mismo hospital que mi niña y en distinta planta. Y no podía verla por si la contagiaba. Hasta que me hicieron otro test y di negativo", continúa. Allí le dijeron unas palabras que hoy resuenan como una fórmula mágica: "Puedes ver a tu hija".
Desde entonces, Sofía y José pudieron observarla en la zona de neonatos. Separados. En turnos de mañana y tarde. "Según le quitaban vías, íbamos descubriendo la cara", añade. Antes habían podido disfrutar de primeros planos por videollamada. Fue posible gracias a Andrea, una amiga de la hermana que resultó ser enfermera de ese departamento del 12 de Octubre. "Andrea y Natalia son dos de las personas clave de toda la historia", incide Sofía.
La segunda parte de este desenlace positivo fue la presentación en sociedad. Su madre, que cumplía años el 13 de mayo, pidió como regalo "ver a su hija". Y se le ha concedido: se aseguró de no tener el COVID-19 con un análisis negativo y pudo achucharla. A su nieta, no obstante, la saluda desde la distancia, aún protegida de bacterias externas. "Nos hemos dado cuenta de que con salud podemos con todo", sentencia, "relativizando" las pérdidas de ingresos que han sufrido estos meses u otros problemas pasajeros, como que carguen con una fatiga o con alguna secuela tenue que previamente no existía.
"Yo notaba lo mal que estaba, lo que estaba pasando, por la avalancha de gente que me escribía", afirma Sofía, convencida de que Julia va a crecer "al lado" de todas esas personas que les han apoyado. Para algo ha tenido que superar este drama que ahora relata alegre, como si hubiera sido un susto y no un milagro.