Ghana tomó medidas preventivas con mucha anticipación, y a mitades de marzo prohibió los viajes desde y hacia cualquier país que tuviera más de 200 casos de COVID-19 confirmados.
El país de casi 30 millones de habitantes tiene un Índice de Desarrollo Humano (IDH) medio según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y lleva contabilizadas 32 muertes con una tasa de fatalidad de 0,4%.
"Sabemos cómo revivir la economía, lo que sí no sabemos es cómo revivir la vida de las personas", había dicho en ese entonces el presidente ghanés, Nana Akufo-Addo, anticipando cuáles serían las prioridades de su Gobierno.
A pesar de las dificultades que supuso el distanciamiento social en las actividades económicas, Ghana apostó a incentivar su comercio interno, e instó a pequeñas empresas manufactureras a elaborar mascarillas, a las que compró más de 3 millones de ejemplares.
A Senegal, con casi 16 millones de habitantes, el virus SARS-CoV-2 arribó a mitades de marzo. El país ha mantenido un índice bajo de mortalidad, 1,1%, equivalente a 36 muertes contabilizadas. Y su sistema de salud no colapsó. Cada paciente de COVID-19 tiene su cama en los centros de salud disponibles.
Con un IDH bajo, Senegal creó un Centro de Operaciones de Emergencia Sanitaria en 2014, cuando comenzó en África el brote de ébola que se expandiría después por buena parte del continente.
Para cuando aparecieron los primeros casos en el país, ya tenía cerradas sus fronteras, y había limitado los rubros comerciales que implican aglomeramiento de personas y suspendido las clases presenciales, entre otras medidas sanitarias.
A mitades de mayo, el presidente senegalés, Macky Sall, resolvió reanudar progresivamente algunas de las actividades, como las escolares, reducir el toque de queda y habilitar la vuelta al trabajo de varios rubros que habían estado suspendidos.