Ni con una tabla ouija el Gobierno de Chile podría haber avistado el ánima que se les apareció el lunes 18 de mayo. Los vecinos de El Bosque, una comuna de escasos recursos al sur de Santiago, salieron con lienzos y barricadas a la calle para protestar contra las autoridades.
Los ciudadanos acusaban falta de ayuda y escasez de alimentos durante la cuarentena, y tocaron la misma tecla que millones de chilenos entonaron durante el estallido social de octubre. Solo que esta vez con mascarillas.
Los reclamos continuaron durante la semana en las comunas de Maipú y La Pintana, dos sectores de Santiago con gran concentración de población vulnerable. Pero el tiro de gracia que plasmó la necesidad del movimiento en la retina del televidente la llevó a cabo el colectivo artístico Delight Lab, que proyectó con focos de luces la palabra "hambre" en el Edificio Telefónica, uno de los más altos y vistosos de la capital.
La política en medio
A pesar de que en las protestas no se evidenciaron lienzos de partidos políticos, y de que éstas contaron con un amplio apoyo en las redes sociales, el ministro del Interior, Gonzalo Blumel, acusó durante una entrevista que este movimiento era parte de una "instrumentalización política" construida por el Partido Comunista (izquierda) y el Frente Amplio (bloque de partidos de izquierda).
Desde la oposición respondieron que no tenían relación con la organización de estos eventos y el Frente Amplio emplazó al mandatario a hacerse cargo del problema.
"El hambre no se reprime", tuitearon algunos de los parlamentarios del bloque.
Ollas comunes
Para hacer frente al confinamiento y la crisis, en algunos barrios de Santiago han vuelto a organizarse las "ollas comunes" —un almuerzo comunitario del que todos pueden servirse—, iniciativa acuñada durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) para hacer frente al hambre y a la cesantía.
"La población migrante es la que se ha visto más complicada, sobre todo la gran cantidad de comunidades de países latinoamericanos que hay en el barrio. También, muchos chilenos que tienen empleos precarizados, que viven el día a día y si no salen a trabajar no tienen para comer. Hay vecinos con trabajos estables que han sido desvinculados o que les han bajado el sueldo, y adultos mayores que no tienen redes familiares ni gente que los ayude. En todos ellos nos enfocamos", dijo el hombre a Sputnik.
🇨🇱 Las 3 veces que los chilenos perdieron la paciencia con los "rompecuarentenas"
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) May 1, 2020
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Ana Muñoz trabaja en una parroquia católica en la población El Castillo, al sur de Santiago, sector considerado como uno de los más vulnerables y con mayores niveles de segregación de todo el país. La población está compuesta de familias que fueron erradicadas desde otros lugares de la capital como parte de las reformas urbanas implementadas durante la dictadura de Pinochet.
En la iglesia, junto a sacerdotes y monjas, Muñoz regala almuerzos donados por feligreses a personas en situación de calle y familias afectadas por la crisis del coronavirus.
En conversación con Sputnik, la mujer aseguró que por esos lados no han visto ni bonos, ni subsidios, ni las cajas con alimentos del Gobierno, y acusó un abandono del control policial en la zona.
"Entregamos almuerzos en una población que ha sido tomada por el narcotráfico. La crisis del coronavirus nos tiene encerrados a los pobladores, pero no a los criminales dueños de las calles, y pareciera que tanto los Carabineros como las Fuerzas Armadas han concentrado sus prioridades en el barrio alto de la ciudad. Porque por aquí no los vemos", afirmó.