Sandra agarra un trozo de tela y lo coloca en la máquina de coser. "Es de mi país", sonríe. En lugar de convertirlo en uno de los vestidos que lucen los maniquíes del local, lo transforma en una mascarilla de estampado luminoso. La costurera, nigeriana de 20 años, trabaja junto a una decena de compañeras en un taller del centro de Madrid. Todas son víctimas de trata de personas y han sido atendidas por Apramp, la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida.
"Fui a Libia, de allí a Italia y luego a Valencia y Pamplona", comenta rápidamente en un despacho de la asociación, que trata a unas 2.500 mujeres al año en todo el territorio español. En la ciudad navarra, al norte del país, la rescató la policía y la dirigió a Apramp. Tras pasar un año en uno de los pisos que tienen para las víctimas de trata, ejerce de costurera y mediadora. "He estudiado y me he formado", arguye. Si fuera por ella, dejaría de coser mascarillas "ahora mismo": "Estoy cansada de luchar contra algo que no sabemos qué es, pero me gusta hacerlo porque es una ayuda y es lo que toca", apunta.
Es una "urgencia social", remarca Sandra. "No podemos parar, y tenemos que actuar en consonancia con las circunstancias", coincide Nuria, patronista de 53 años que diseñó el producto y hoy, mientras espera un lote de material de Barcelona, dibuja nuevos patrones para vestidos. "Volveremos pronto a hacerlos", confiesa, mostrándose optimista con el futuro próximo del sector y abogando por el pequeño comercio.
Judit, ecuatoriana con 21 años de residencia en España, se encarga del taller de costura. "Ahora mismo están 11 mujeres viniendo de 10 a seis de la mañana y hay 40 en formación", explica. Van a un ritmo diario de unas 800 mascarillas. "Y para el Ifema [el hospital de campaña que se levantó por la emergencia sanitaria] hicimos 8.000 en tres días", comenta satisfecha. "Respetamos la distancia de seguridad y hay algunas integrantes que no están pudiendo venir, aunque todas respondieron con ilusión a la iniciativa", zanja en medio de una hilera de mesas con máquinas, ovillos y retales por el suelo.
Rocío Nieto, presidenta de Apramp, añade que la idea surgió de acuerdo a un momento extraordinario y enfatiza que han tenido el apoyo de la Fundación de Reale Seguros. "Vimos que era factible y tiramos", resume la fundadora. "Es una necesidad. Sufrimos un virus totalmente descontrolado y queríamos hacerle frente. Las mujeres dijeron que cosían mascarillas y va a seguir así porque nos las demandan", señala quien denomina "pespuntes de libertad" al ejercicio del taller: "Para ellas, este trabajo es la libertad".
Nieto enumera aparte las diferentes alternativas que ofrece la asociación a las chicas y las más de 20 nacionalidades que atienden. "Queremos tener varios proyectos, siempre con la intención de que ellas puedan ser autónomas", advierte.
Lo es Janet, venezolana de 35 años. Voló desde Caracas a España en 2014 y se vio explotada sexualmente de repente. "No tenía a nadie. Estaba sola en Madrid. Tuve que escaparme", relata sin contar muchos más detalles ni dar su nombre verdadero.
"Vine sin nada y he aprendido a hacer cualquier corte. Ahora me siento muy satisfecha con lo que estamos realizando", expresa, intercalando su tarea de ponerle las gomas a las mascarillas. "Antes se cosen, se van cerrando y se planchan. Es una cadena", aclara con orgullo. Le da pena no poder desarrollar más sus habilidades, pero entiende la coyuntura y cree que esta prenda, recomendada como protectora del COVID-19, se convertirá en un complemento más. "Se van a poner de moda. Y vamos a quererlas hasta personalizadas", esgrime.