Llamado Immotouch, este tiene distintos sensores que reconocen la posición de la muñeca. En el proceso de calibración de esta en el espacio, el brazalete puede detectar una serie de posturas que indican que estaríamos moviendo nuestras manos hacia la cara, las cuales deben estar previamente registradas en una aplicación para el móvil. Entonces, si el aparato de Slightly Robot descubre una de estas posiciones, empieza a vibrar y alerta al portador de lo que, inconscientemente, iba a hacer.
Estudio para el que se recluta a participantes de España, Reino Unido y Estados Unidos. Estos recibirán el brazalete por correo, seguirán las indicaciones de uso que les marque el equipo investigador y tendrán que enviar diariamente los datos recogidos a los científicos para su análisis. A partir de los resultados, se determinará la utilidad de Immotouch en la lucha contra el coronavirus.
"El brazalete se cree ayudaría a eliminar la conducta al presentar una leve penalización. Es de esperar que la mera presencia del brazalete llegue a tener un efecto disuasorio sobre la conducta de tocarse la cara una vez la persona se haya expuesto varias veces a la vibración", explica Virués a la agencia EFE.
Eso sí, en el caso de que el uso de los brazaletes sea aprobado, el científico español considera que solo se tendría que utilizar en contextos de alto riesgo de contagio, como las visitas a supermercados o centros sanitarios. Además, cree que se debería llevar un brazalete en cada muñeca ante "la aparente ausencia de dominancia manual de la conducta de contacto facial".
Hoy en las noticias de la @UAM_Madrid con el proyecto #SafeHands https://t.co/Tr6nSFzSwr pic.twitter.com/6R0ZG5aLhB
— Javier Virues Ortega (@javier_virues) April 15, 2020
Una posible ayuda para frenar un acto involuntario difícil de controlar. No obstante, hasta la llegada de estos brazaletes, los expertos recomiendan lavarse las manos con asiduidad, utilizar pañuelos desechables para rascarse, mantener las manos ocupadas con algún objeto y estar tranquilo, ya que la ansiedad y el estrés incrementan el número de veces que nos tocamos la cara.