Son los tiempos difíciles los que nos mueven con mayor fuerza a buscar a los demás, a apelar a la solidaridad propia y ajena, a la bondad inherente en el ser humano y al sentido de la pertenencia. Cuanto menos así es en teoría. Con la pandemia que sufre el mundo contemporáneo no solo nos sentimos obligados como individuos a revalorizar adecuadamente nuestras prioridades, sino también a reconocer y corregir nuestros puntos débiles como sociedades. Si hay algo positivo rescatable de todo esto es que la dificultad es el combustible del ingenio; somos una especie pulida por las adversidades.
Entre los años 1568 y 1685 solo en el istmo de Panamá se registraron 18 actos de piratería de toda índole, desde la apropiación de metales preciosos hasta el asesinato —hoy se hablaría de genocidios— y destrucción de ciudades, contra los intereses españoles de ultramar. Todos y cada uno de ellos fueron realizados por corsarios y piratas ingleses y franceses, entre algunos nombres podríamos destacar a John Oxenham, William Parker, Davis Swann, Townley Grouniet, François l'Olonnais y los casi estrellas de rock de su época Henry Morgan y Francis Drake, quien gozaba del beneplácito de la Corona. Así pues, siglos atrás se trataba de oro y plata, y quizás algo de gloria, mientras que hoy es de mascarillas para salvar vidas en medio de una pandemia, mañana será el agua y minerales del espacio, con la única diferencia de que hoy ya no es Inglaterra sino su heredero directo EEUU.
Son los mismos que vencieron en el siglo pasado, los que vieron cómo en 1918 y 1991 otros sucumbían para luego con toda libertad propagar su forma de pensamiento por el mundo. Antes del coronavirus la pregunta siempre presente era: ¿a partir de qué año ellos decidieron que el pillaje y saqueo de recursos ajenos era un delito internacional y no un acto justificable? Hoy esa pregunta tiene respuesta: cuando NO estamos en guerra —de haber dudas pregúntenle a los sirios con su petróleo—porque es en tiempos difíciles cuando surge la verdadera naturaleza humana.