Atardece y ha empezado a llover. Con una bolsa de plástico como único equipaje, Juan Antonio Guerrero sigue esperando a que le den permiso para pasar la noche en el pabellón deportivo Ifni del Distrito Sur en Sevilla. Es uno de los tres espacios que el Ayuntamiento ha habilitado en tiempo récord para que las personas sin hogar pasen la crisis.
"Si no me dan cama aquí caeré enfermo, soy un adicto pero no soy problemático, yo sé autogestionarme, de otra manera uno no llega a mi edad en la calle". Tiene 64 años y lleva casi la mitad de su vida siendo adicto.
Juan Antonio rompió con la regla de no salir de otro de los pabellones municipales donde pasó los primeros días de confinamiento, abandonó el recinto donde estaba confinado para comprar una dosis.
"[Desde entonces] duermo en un rincón, por donde pillo. Yo siempre me las he apañado. Antes dormía en una Fundación, después en casa de un amigo, nunca me ha ido mal, pero con esta situación me está pillando el toro por todos lados", lamenta mientras espera a que algo suceda a su alrededor en una ciudad desierta, donde él es el único en la calle.
Hay casos sin solución en estos momentos de crisis. Las medidas de confinamiento que se dan en toda España responden a la lógica del distanciamiento social, pero no a la realidad que viven las personas sin hogar (PSH).
"Es que hay personas que confinadas pueden representar un problema más grande. Intentar aislarlos cuando ellos no perciben síntomas de enfermedad y son consumidores activos de alguna sustancia, puede ser peor. Podemos causarles incluso la muerte", reflexiona Azu Sala, del equipo de Samur Emergencias de Madrid. "Hay muchos colectivos y detalles que impiden que podamos dar una respuesta homogénea para todo el mundo".
Prácticamente todas las capitales españolas se han visto obligadas a crear una respuesta exprés para confinar a cientos de personas sin hogar. Algunas con mayor éxito que otras, pero en general con insuficientes medios.
La respuesta a COVID-19 refleja que el sistema se basa en una respuesta paliativa al problema del sinhogarismo, pero no preventiva.
"Hemos creado una bomba de relojería, los confinamos en grandes espacios que ellos no sienten como un hogar", advierte Granada Moyano, trabajadora social de la Fundación Atenea, "en la calle están acostumbrados a atacar o ser atacados, y ahora conviven todos en pabellones sin nada que hacer, solo esperar confinados, es una jaula de leones".
Tamara Aguilar señala las mismas carencias que otras trabajadoras sociales consultadas en los espacios de confinamiento: deficiencias sanitarias, por lo general no hay medios para tratar a los positivos de COVID-19, no hay espacios óptimos para el aislamiento. Otros aspectos como higiene y programa de actividades también son problemáticos:
Otro factor agravante es el hecho de que estamos aún en fechas en las que los servicios sociales alargan la campaña de frío.
"La totalidad de camas está prácticamente ocupada, con el confinamiento el problema se ha agravado" alerta Azu Sala.
En Madrid, por ejemplo, la policía movilizó a decenas de PSH a un espacio colapsado para que una vez allí, en la cola, los desalojaran nuevamente los militares de la UME, cuenta Azu Sala. "Estamos viendo como el Estado hace una exigencia a todos los ciudadanos, que las personas sin hogar no pueden cumplir, pero se les exige igualmente".
Quienes son y quienes serán
Responder a esta pregunta nos da una idea de la difícil solución. Los vagabundos, los sintecho, los pobres… Se les suele uniformar socialmente bajo estos calificativos, pero el colectivo de personas sin hogar es heterogéneo. Plantear una solución uniforme, en plena pandemia, es inevitablemente una solución fallida. Hay personas sin hogar eventuales, otras de larga duración, dispares grados de inclusión e integración u otras que padecen alguna adicción o enfermedad mental.
Ciudades como Sevilla, donde se encuentran algunos de los barrios más pobres de España, llevan décadas conviviendo con esta realidad. Con tres pabellones habilitados y la totalidad de recursos sociales en funcionamiento, el Ayuntamiento ha habilitado estas semanas 700 plazas de las que 600 ya están ocupadas. Pero esto ha despertado reticencias en algunos barrios. "Crece la aporofobia, antes las PSH eran invisibles para la sociedad, ahora en cambio les temen porque son los únicos que siguen habitando las calles vacías y porque creen que pueden contagiarles".
Por favor, pasad por Don Fadrique y alrededor del CAM. Siguen en grupo bebiendo en la calle. Les llamamos la atención y ni caso. Noa están poniendo en peligro a todos https://t.co/a1DPIAdk8C
— Vecinos afectados albergues Macarena (@MacarenaVecinos) March 22, 2020
La capital andaluza, al igual que Cádiz o Granada, suelen ser un foco de concentración de personas sin techo. "Normalmente las personas sin hogar transitan de uno a otro sitio, pero sobre todo van a las capitales donde existen más recursos para ellas", comenta Azu Sala, "pero lo cierto es que no hay recursos suficientes y la cosa va a ir a peor". En la respuesta a las PSH confluyen la famosa curva de expansión del COVID-19, se espera que decreciente, con la creciente de la recesión económica que está por llegar.
"En los últimos días el panorama ha cambiado, antes dábamos bocadillos a los sin hogar, alrededor de unas 280 personas cada día, ahora vienen mucho menos porque están confinados", explica como dato positivo María Torres, responsable del comedor de la Orden de Malta. "En cambio estamos teniendo una avalancha de llamadas de familias que no tienen para comer, son personas que nunca antes habían requerido de servicios como el nuestro. Están desesperados porque los servicios sociales de su zona no dan abasto."
"Hablamos de personas que vivían en situación normalizada, por ejemplo residían en hostales u hoteles, o las mujeres cuidadoras que vivían internas con mayores y se han quedado sin trabajo… son las personas en economía sumergida y todo eso va a ir a peor", concluye Azu Sala.
COVID-19 están volviendo a ampliar la brecha social, como ya sucedió con la anterior crisis. Muchos que estaban en mero riesgo de exclusión social, ahora están ya viviendo directamente en unas calles vacías, de las que ellos parecen ahora los únicos testigos.