A un nivel básico, la explicación de la reacción es bastante sencilla: el dióxido de carbono presente en la Coca-Cola está disuelto en la bebida bajo presión. Al abrir el tapón de la botella, la presión cambia provocando el típico 'psh' y permitiendo que parte del gas se libere en las burbujas que vemos. Añádele una cantidad extra de aire y el proceso se acelerará.
Una forma de hacer esto es agitar la botella, pero eso es tedioso y está muy visto. Usar un Mentos acelerará el proceso gracias a los pequeños hoyos que tiene el caramelo en su superficie, que actúan como lo que en jerga física se conoce como sitios de nucleación. Al entrar en contacto con la cola, la pastilla, con el aire que se deposita en sus agujeros, pone el proceso en marcha de manera extra acelerada.
Fue entonces cuando el químico de la Universidad Spring Arbor, Thomas Kuntzleman, un fan declarado de los Mentos y la Coca-Cola y tras varios experimentos realizados en diferentes localizaciones, descubrió que la reacción es mucho más potente cuando se lleva a cabo en mayores altitudes.
No contento con sus experimentos, Kuntzleman convenció a su amigo, el profesor de ciencias Ryan Johnson, para que realizara pruebas complementarias del experimento en las laderas de una montaña en Colorado.
Combinando los datos reunidos por ambos, que apuntaban a las variaciones de la presión del aire y a las medidas de la masa perdida por la desgasificación, los profesores hicieron comparaciones entre diferentes dulces y, finalmente, Kuntzleman y Johnson tuvieron una idea aproximada de por qué Mentos es el caramelo que mejor responde en esta reacción.
Este descubrimiento supone un avance considerable en lo que respecta al particular experimento de mezclar Mentos con Coca-Cola. Supone un precedente con datos numéricos para una práctica a la que no suele prestársele mucha atención fuera de los patios de los colegios.