En los últimos días miles de personas han cruzado la frontera de Edirne, entre Turquía y Grecia, huyendo de la crítica situación que se respira en Idlib, el último bastión sirio rebelde. La oleada se está produciendo tras la polémica decisión turca de abrir su frontera con Grecia a los inmigrantes sirios, que ya ha hecho saltar las alarmas en Bruselas.
Leyendo entre líneas, no obstante, es fácil entender lo que Turquía pretende: una nueva oleada de refugiados es lo último que necesita la debilitada Unión Europea. La perspectiva de que se repitan escenarios pasados —centenares de inmigrantes hacinándose en las fronteras internas de la Unión, como ya está empezando a ocurrir en Serbia— puede ser un buen resorte que haga a la OTAN y a la UE despertar de su letargo y abandonar su indiferencia ante la situación de Idlib, donde los rebeldes apenas están recibiendo apoyo de Occidente y Turquía se ve sola e impotente.