Si echamos un vistazo a la obra en inglés, veremos que el autor "presagiaba" incluso que la epidemia ocurriría en 2020. Increíble.
Por desgracia, el alcance de la neumonía causada por el nuevo coronavirus y bautizada como COVID-19 no es el argumento de ningún libro. Es real. La infección surgió en territorio chino hace un mes y ya se ha extendido por algunos estados de Asia, Europa y América del Norte. En total son más de 30 los países afectados. El riesgo de una pandemia resulta evidente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha calificado la crisis de "emergencia internacional de primer orden", pero no la ha catalogado como pandemia, por el momento, pues eso implicaría la adopción de medidas de control sanitario muy severas entre países, que podrían incluir el cierre de fronteras y el freno de la actividad comercial, fomentando así una recesión mundial.
Los efectos económicos serán adversos indudablemente pero todavía no son cuantificables. El escenario ha cambiado rápidamente en pocos días. Se ha pasado de contemplar cómo los casos en China parecían contenerse e incluso descender y cómo en el resto del mundo los contagios eran escasísimos a ver ahora brotes descontrolados en Italia, Corea del Sur e Irán. La OMS teme que el COVID-19 pueda llegar a África, donde el sistema sanitario es más deficiente, no por la menor calidad de sus médicos sino por la falta de recursos materiales. El virus tampoco ha alcanzado (todavía) a Latinoamérica.
China en el centro del problema
China ha logrado un progreso excepcional en la construcción en un tiempo récord —¡10 días!— de dos hospitales de emergencia en Wuhan, en la provincia de Hubei, epicentro del brote de coronavirus reportado. Según las autoridades chinas, el hospital Huoshenshan, de 1.000 camas, y el hospital Leishenshan, de 1.600 camas, fueron levantados siguiendo el modelo del hospital Xiaotangshan, una instalación temporal construida en Pekín para tratar el brote de otro coronavirus, el SARS, en 2003. A partir del 2 de febrero, China ha establecido 13 hospitales de campaña, ha enviado a Wuhan a más de 8.000 médicos y personal sanitario desde otros puntos del país y se ha gastado más de 5.400 millones de yuanes (alrededor de 800 millones de dólares) en atajar la epidemia.
Existen ciertos motivos para el optimismo, basados en algunos detalles médicos y científicos. Primero, no ha habido una mutación significativa del coronavirus, según los datos recogidos en 104 secuencias de genes. Esa información la avala la Misión Conjunta China/OMS. También se ha sabido que se ha creado el primer mapa en tres dimensiones a escala atómica del virus, parte clave para el desarrollo de una vacuna y de un tratamiento eficaz.
La empresa farmacéutica Moderna ya ha elaborado una vacuna experimental que a finales de abril empezará su fase de ensayo clínico entre personas sanas. Quedan pues semanas sino meses hasta que se encuentre una cura. En Italia, donde hay más de 280 contagiados y hasta siete fallecidos, los médicos ya están empleando terapias experimentales, un cóctel de retrovirales que incluye algunos fármacos prescritos para combatir el VIH.
Muchos medios
Otro elemento que subyace en este delicado asunto es la histeria colectiva. Este sentimiento incontrolado logró que se cancelara el Mobile World Congress de Barcelona, el más importante del mundo del sector de los teléfonos móviles, previsto del 24 al 27 de febrero. O que cundiera el pánico en la Lombardía italiana y la gente corriera a los supermercados tras conocerse que allí se habían producido varias infecciones y era preciso aislar a 50.000 personas.
Los medios de comunicación tienen la enorme responsabilidad de no alarmar a la población e informar con serenidad y objetividad sin buscar la complacencia ni el sensacionalismo fácil y barato. Por ejemplo, una buena idea sería comparar el porcentaje de muertes que provoca este maldito coronavirus con el de la gripe común. Esas cifras ofrecerían una visión más realista de los hechos.