Los iraquíes tomaron las calles de las ciudades de la parte central del país en octubre. Lo hicieron para expresar su descontento con la política social del Gobierno de Adil Abdul Mahdi y exigir su dimisión. Como consecuencia de la presión de la sociedad iraquí, Abdul Mahdi anunció a finales de noviembre que dejará el cargo de primer ministro.
Como consecuencia, la misión diplomática estadounidense se sometió a los ataques de los manifestantes. Estados Unidos, en respuesta, mató en Bagdad al general iraní Qasem Soleimani, quien, para Washington, fue responsable de coordinar los ataques. El Parlamento iraquí no tardó en responder. Llamó a que la presencia militar extranjera cesase y a retirar a 5.000 soldados norteamericanos estacionados en este país árabe.
A finales de enero el líder del Ejército de Mahdi —una fuerza militar prominente en Irak compuesto por milicias chiíes—, Muqtada Sadr, incitó a la población a manifestarse pacíficamente y a protestar contra la presencia militar de Estados Unidos.
El complejo escenario político en Irak las tenía todas consigo para terminar en un callejón sin salida. Sin embargo, la esperanza llegó el 1 de febrero, cuando se supo que Mohammed Tawfik Alawi —candidato de la clase política reinante— se convertiría en el primer ministro. Su candidatura le convino tanto a Washington como a Teherán, dos países que compiten por la influencia en Irak.
Sin embargo, los iraquíes no vieron en Tawfik una salida a sus reivindicaciones. La causa radica en el hecho de que la clase política en los últimos meses se había desacreditado a sí misma hasta tal punto que la población iba a rechazar a cualquier candidato que estuviese relacionado con ella.
Desde el inicio de las protestas más de 650 personas han perdido sus vidas, y algunas estimaciones hablan de unos 50.000 heridos. En la etapa actual los manifestantes planean seguir adelante con sus reivindicaciones. Es de esperar que el número de víctimas aumente, puesto que todas las manifestaciones hasta ahora han acabado adoptando cierto cariz violento.
¿Qué está detrás de la inestabilidad crónica en Irak?
Irak es un país muy diverso. Conviven en él grupos étnicos y religiosos de diferente condición. Sin embargo, afirmar que todas ellas conviven en paz es faltarle a la verdad. A lo largo de las décadas el territorio iraquí ha sido el escenario de las tensiones entre los creyentes de dos principales ramas del islam, los suníes y los chiíes. La mayoría de la población es chií y es el grupo más poderoso. Pero no siempre fue así. Sadam Husein era suní y durante su mandato los chiíes fueron víctimas de la represión pese al hecho de ser mayoría y pese a contar, hasta hoy, con el apoyo de Irán.
Con la marginalización de los suníes, una parte de ellos ingresó en las filas de Estado Islámico —ISIS, proscrito en Rusia y otros países—. Después de largos meses de combates y con el apoyo de EEUU e Irán, el Gobierno iraquí erradicó casi por completo la amenaza terrorista en el territorio del país. El Gobierno trató que los suníes se integrasen en el sistema político iraquí, pero no lo consiguieron.
Aunque el problema sigue en la actualidad latente, el foco de la atención ha pasado de la confrontación entre suníes y chiíes al conflicto entre la población y el Gobierno. Las manifestaciones actuales en gran medida las protagonizan los chiíes —si bien los suníes también participan—, a pesar de que los miembros del Gobierno son también chiíes.
El nuevo sistema 'democrático' instaurado por Estados Unidos tras su intervención ha demostrado ser poco efectivo. Irak hasta el día de hoy está siendo devorado por la corrupción, el nepotismo y el paro. Y los últimos años también han estado marcados por numerosas protestas multitudinarias y por el estancamiento de la crisis. Motivos todos ellos por los que los iraquíes toman las calles para exigir que el Gobierno funcione debidamente o renuncie.
No obstante, el sistema político iraquí está crónicamente enfermo —o, incluso en estado terminal, depende de la perspectiva— y requiere de cambios drásticos. Los dos jugadores principales presentes en Irak, EEUU e Irán, están en cierta medida interesados en que el Gobierno actual siga en el poder, motivo por el que lo apoyan.
Parte de la sociedad también se muestra molesta con Irán, aunque la relación con su vecino es mejor. Tanto EEUU como el país persa compiten por influenciar en el territorio iraquí, y el ganador será aquel que logrará conquistar los corazones de los manifestantes. Los estadounidenses seguramente no son favoritos en esta carrera. Pero es incluso posible que el juego termine sin ningún ganador.