El tiroteo tuvo lugar en la mañana cuando un estudiante de 19 años Daniil Zasorin abrió fuego contra sus compañeros de clase. El tirador disparaba de forma selectiva, es decir, contra los que le habían humillado. Apuntó su arma contra muchos, pero les perdonó la vida. Tampoco mató a la profesora que estaba en la clase donde se produjo el ataque.
No es el primer caso de masacre en un centro educativo en Rusia. Hace un año, el 17 de octubre de 2018, un estudiante del Instituto Politécnico de la ciudad de Kerch, en Crimea, mató a 20 personas e hirió a 67. Esta fue la mayor masacre en un centro educativo por el número de víctimas en la historia contemporánea de Europa.
El ataque fue meticulosamente planificado. El agresor estuvo planeando la masacre desde enero de 2017 y actuaba solo. Adquirió una escopeta y el día del ataque la llevó al instituto junto a unos artefactos explosivos improvisados y un molotov. Las acciones del atacante se parecían a las de los perpetradores de la masacre de la escuela secundaria de Columbine, que tuvo lugar en abril de 1999, el tiroteo más conocido en un centro educativo.
A lo largo de los últimos años varios casos de masacres en centros educativos también tuvieron lugar en algunos países de América Latina, concretamente, en Argentina, Guatemala, México, Perú y Brasil, y también en España.
Desesperación total
Desde el punto de vista psicológico lo que incita a los jóvenes a cometer este tipo de delitos es la sensación de desamparo, declaró en una entrevista con Sputnik la psicóloga e investigadora principal del Instituto Federal para el Desarrollo de la Educación de Ranepa, Svetlana Krivtsova.
"Hacen este tipo de cosas porque se sienten acorralados y no encuentran otra manera de solucionar sus problemas. Es posible que haya un catalizador. Simplemente hay una gota que colma el vaso", dijo. Según la experta, cualquier cosa puede servir como desencadenante.
Los sentimientos negativos se acumulan durante mucho tiempo. En este período los futuros atacantes se sienten ofendidos y resentidos. Creen que los demás deprecian su dignidad. Los ataques pueden ser una respuesta tanto al acoso constante como a un solo conflicto, profundizó.
Este fenómeno funciona no solo en Estados Unidos, sino también en Rusia y en realidad esto puede pasar en cualquier país, agregó. Los atacantes creen que es mejor morir con dignidad que vivir de rodillas.
Las personas que se sienten acorraladas y que tienen en su disposición un arma son peligrosas para la sociedad. Si no tienen armas de fuego, usan armas blancas como en el caso del ataque contra un centro educativo en la ciudad rusa de Ulán-Udé en enero de 2018.
Simplemente no ven otra manera de defender su honor y dignidad y este es un gran problema. Les da la impresión de que la sociedad carece de cualquier mecanismo de proteger su dignidad y este hecho provoca en ellos incluso más frustración, agregó Krivtsova.
Posibles soluciones
La escuela es un lugar donde siempre hay diferentes conflictos entre los jóvenes, hay acoso. Por lo cual las escuelas deben ocuparse de la educación de los niños. Es decir, los maestros deben saber cómo actuar en situaciones de conflicto. Hay que enseñar a las víctimas de acoso a responder sin imitar al propio agresor, indicó.
Otra opción es crear en las escuelas unas estructuras fiables que serían la última instancia en la resolución de conflictos. Algunas escuelas ya tienen instituciones como esta y la práctica demuestra que son bastante efectivas.
"Si no hay ningún tipo de mediación [entre los estudiantes], seguiremos sacando ataúdes de nuestras escuelas. Mientras tanto, el respeto hacia las escuelas seguirá disminuyendo. Hay que abrir los ojos y reconocer que no solo la familia debe cuidar de la educación de los menores de edad, sino también las escuelas. Pensar que no es así es una tontería", concluyó la entrevistada.