Arde Chile mientras su expresidenta y exministra de Defensa Michelle Bachelet se dedica en forma grotesca a propinar lecciones en la paja de los "derechos humanos" al resto de América Latina cuando no se percata de la viga en sus propios ojos.
Chile exhibe mucha vulnerabilidad económica cuando prácticamente es un mono exportador de cobre —que se ha desplomado en una década a la mitad y que le procura el 20% de sus ingresos— muy dependiente de las compras de China, lo cual no le ha de gustar en absoluto a Trump en el paroxismo de su guerra comercial contra Pekín.
Hace casi 20 años señalé la exagerada publicidad neoliberal globalista que había hecho de Chile su paradigma: "El rudo 'Rudi' —en referencia al economista Rudiger Dornbusch del MIT, muy cercano a Stanley Fischer del FMI y a Clinton y, curiosamente, profesor de Pedro Aspe y Videgaray Caso, secretarios de Hacienda del ITAM que despedazaron la economía y el petróleo de México— cita con desdén a Chile, la obnubilación del clan de los Chicago Boys, para quien el país andino es un 'restaurante de quinta categoría' (amarga declaración que le leí cuando coincidimos sin conocernos en Santiago)".
La magra economía de Chile —756.102 kms2 de superficie con 18 millones de habitantes (evangélicos 17%) y predominio de la tercera edad—, basada en la mono exportación del cobre y en la alquimia financierista de las pensiones, no le daba para pertenecer al G20.
🇨🇱 Sebastián Piñera llama a no "legar odio" a futuras generaciones por la dictadura
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Los palafreneros del pinochetismo neoliberal globalista en América Latina, como el propagandista fascista Enrique Krauze Kleinbort —acusado del diseño golpista de la Operación Berlín para derrocar al presidente López Obrador— llegó a proclamar que Chile era "el modelo a seguir" desde el bastión de la revista propagandista de la hoy casi quebrada Televisa.
John Authers —quien colaboró 29 años en el Financial Times— comenta en Bloomberg que la "violencia en Chile comporta un mensaje preocupante para el mundo" ya que ocurre en "uno de los países más prósperos de América Latina" lo que "sugiere una situación similar que puede suceder fácilmente en cualquier lado".
Authers alaba la reforma de su sistema de pensiones —un viejo truco para capitalizar a las empresas con el dinero secuestrado de los empleados— y juzga que su economía va de la mano con las alzas y bajas del precio del cobre, que por cierto se ha desplomado casi a la mitad en la reciente década.
A su juicio, uno de los factores de levantamiento es la mezcla flamígera del bajo crecimiento, la creciente deuda y la brecha de riqueza entre pudientes y miserables.
Para Authers existen "cuatro razones críticas":
- La desigualdad, lo cual suena a perogrullada;
- La propuesta de incrementar la tarifa del transporte publico y el costo de la energía;
- La ausencia de un caudillo como López Obrador en México que amortigüe las protestas públicas y
- Su dependencia en los metales que sufre el daño colateral de la guerra comercial de EEUU y China.
Otros analistas agregan como causales piromaníacas a la privatización del agua, el incremento estratosférico de la vivienda y el alza descomunal de los medicamentos y los servicios hospitalarios.
A las legítimas protestas, los globalistas de Bloomberg, muy cercanos a Soros, las tildan de "vandalismo".
En pleno desasosiego, Financial Times —copropiedad de los banqueros esclavistas Rothschild: dueños de pletóricos viñedos en Chile—, lamenta los sucesos en Chile y persiste en operar sus cuentas alegres mediante sus alucinantes estadísticas financieristas que colocan al incendiado país andino como "el mejor nivel de toda América Latina".
La revuelta es más que un simple aumento del 3% a la tarifa del metro que fue la gota que derramó una garrafa colmada que llevó a decretar el Estado de emergencia y el toque queda en Santiago de Chile y en otras provincias.
La grave revuelta chilena estaba ya escrita en el muro. Incluso, se puede aducir que tardaron por lo menos 20 años.
El oasis del multimillonario Piñera era un espejismo en el desierto por lo que ahora es obligado a pedir perdón y a rectificar mediante una serie de medidas paliativas que subsumen un Pacto Social: un juego inmediatista de incentivos demagógicos que contemplan apagar el incendio que prendió en forma artificial y por la fuerza militar el globalista pinochetismo neoliberal desde hace casi medio siglo.
Más que la década perdida que había presagiado el economista estrella del MIT Rudiger Dornbusch hace 20 años, Chile perdió casi medio siglo.
Mucho peor: extravió su alma en los avernos neoliberales de su insaciable plutocracia medieval.
Tampoco es improbable, desde el punto de vista geopolítico —círculos cercanos a la Presidencia chilena afirman que los disturbios y la desestabilización son orquestados desde el extranjero y con objetivos muy precisos—, que manos foráneas, que siempre se han entrometido en Chile, no les convenga la reunión bilateral de Trump con Xi, reunión que quizá sirva para anunciar su acuerdo comercial que daría un respiro a la economía global.
Puede que tampoco les convenga la otra reunión más espectacular de Trump con Vladímir Putin, que es anatema para el deep state estadunidense, la CIA y el grupo de George Soros que controla el Partido Demócrata y a la Cámara de Representantes que ha iniciado la investigación para la defenestración (impeachment) del presidente de EEUU.