El partido Derecho y Justicia (PiS) de Jaroslav Kaszcinski, que gobierna desde 2015, obtuvo más del 44% de los votos en las elecciones del 13 de septiembre, lo que le otorga una mayoría absoluta en el Parlamento, el Sejm. Se trata de un récord europeo y también en la reciente historia democrática de Polonia, tras la desaparición del régimen comunista, en 1989.
La aplastante victoria del partido que dirige Kasczinski representa un revés para Bruselas; Varsovia se ha convertido en una de las capitales de la UE que se resiste a aplicar las políticas comunitarias en el apartado de reparto de inmigrantes, pero también representa un contrapeso a la política liberal, multiculturalista y profederalista de los órganos rectores del Club de los 27.
El "macronismo" y una parte de la izquierda europea combaten desde hace años al Gobierno polaco, sin haber podido rebajar, más bien han contribuido a lo contrario, el apoyo popular al gobierno conservador del PiS.
Para Macron, el "pueblo polaco merece algo mejor". Pero tanto el mandatario francés, como otros de sus colegas europeos y buena parte de la intelectualidad del Viejo Continente no han sabido ver que la mayoría de ese pueblo polaco al que hacen referencia se siente representado por un gobierno que, guste o no, además de haber cumplido con las promesas sociales, ha tenido en cuenta otros aspectos distintos a los económicos, como los culturales o los religiosos de una nación cuya historia deberían conocer.
Una economía "de izquierdas"
El "milagro polaco" se traduce en una inversión masiva en gasto social que provocaría la envidia de cualquier partido europeo de izquierdas: bajada en la edad de jubilación, sanidad gratis a los mayores de 75 años, renacionalización de algunos bancos, salario mínimo aumentado en un 50% hasta alcanzar los 925 euros al mes de aquí a 2023, ayuda de 100 euros por hijo hasta que cumpla 18 años y eliminación del impuesto sobre la renta a los menores de 26 años.
Constituye un Estado Providencia mantenido gracias a un crecimiento de un 4% y que presume de una cifra de paro de apenas un 5%, que muchos de sus vecinos querrían al oeste de la línea Oder-Neisse (Frontera polaco-alemana). Por supuesto, parte de ese "milagro" viene de los presupuestos comunitarios, única arma de castigo que la UE puede utilizar contra Varsovia.
Tres décadas después, un pueblo de "chalecos amarillos" compone el grueso de los votantes del PiS. Como en otros escenarios del continente europeo, las élites liberales se despreocuparon del mundo rural y de los olvidados en el proceso de transición a la modernidad instalada en los principales centros urbanos.
Identidad y religión
Jaroslaw Kasczinski ha sabido jugar con ese factor y ha contado además con la ayuda inestimable de la siempre poderosa iglesia católica polaca, principal baluarte de la defensa de los "valores tradicionales", lo que se traduce hoy en el rechazo a lo que en otros países comunitarios se defienden como avances sociales, el matrimonio homosexual encabezando la lista.
También como en otras latitudes, tratar de "deplorables" a los votantes del PiS, de fascistas o de ultraderechistas, como ha hecho cierta oposición y algunos medios de prensa, no parece el mejor método para hacerles cambiar de opinión.
Fuera de Polonia, incluso los especialistas en el peligro de desaparición que corren las democracias liberales, como el catedrático de Harvard, Yascha Mounk (autor del libro "El pueblo contra la democracia") no tiene reparo en titular un artículo reciente "La democracia en Polonia está en peligro de muerte". Fue antes de los comicios. Hoy deberíamos, pues, asistir al funeral de la democracia polaca. El grado de participación en las elecciones ha sido del 61%. Otro récord para una democracia presuntamente moribunda.