De poco sirve que los leopardos se mueran de hambre. Ni siquiera el hambre es suficiente para que se salgan con la suya. El puercoespín abre sus larguísimas púas y arremete contra su depredador, que intenta echar la garra a su presa como puede.
El final no puede ser más desolador: el leopardo sigue hambriento y se consuela saboreando las púas del puercoespín que le han quedado clavadas en el hocico y en el pecho. Mientras, el puercoespín se aleja triunfante.