Hugo Arellanes tiene 33 años y nació en una comunidad de la costa chica de Guerrero, llamada Cuajinicuilapa, cuya población es mayormente negra en un país que representan poco más del 1% del total de sus habitantes, frente al 10% indígena (según datos del 2010).
"Cuando estoy en mi pueblo todos somos negros, no hay discriminación; cuando vienes a la ciudad, todo el mundo te señala por el color de piel o te miran de arriba abajo si quieres entrar en una tienda, porque creen que no tienes posibilidades de comprar", contó a Sputnik.
Arellanes se formó en el movimiento creado por el padre católico Glyn Jemmot Nelson, que llegó a México desde Trinidad y Tobago para plantar en la costa chica de Guerrero y Oaxaca (la frontera entre ambos estados) una semilla por el reconocimiento del pueblo negro mexicano.
Arellanes fue uno de esos adolescentes que se trasladaba a su parroquia en el Ciruelo —una comunidad en Oaxaca— a leer en la biblioteca y usar el cibercafé que había disponibles allí y uno de los que luego se anotó en los talleres de pintura y grabado de la parroquia, Finalmente encontró el taller de fotografía, a lo que actualmente se dedica.
También es un activo luchador por el reconocimiento del aporte negro al Estado mexicano: "Todo el tiempo estábamos en contacto con él (Glyn Jemmot) y nos explicaba de qué iba el movimiento, pero a esa edad (16 o 17 años) no lo entiendes. Para mí se volvió más fuerte al llegar a la ciudad (de México)", sostuvo.
Jemmot inició un movimiento que actualmente se llama 'México negro', pionero en las investigaciones acerca del componente afro en México, que coloquialmente se llama 'Tercera raíz' y que compone la población del país junto a la indígena y la europea.
Fue recién en 2019 cuando el Senado aprobó una iniciativa de ley que adhirió al artículo 2 de la Constitución que la población afrodescendiente es una de las que conforman —junto a la indígena— la nación pluricultural que es México.
¿Qué significa el reconocimiento Constitucional del pueblo negro mexicano?
"Celebramos bastante el reconocimiento Constitucional, ahora sigue reformar ese artículo para que reconozca los aportes que la población afro ha hecho a la política, cultura y economía de este país", respondió Arellanes.
"La población indígena tiene referentes y los descendientes de españoles también, pero los afrodescendientes no tenemos referentes a los que aspirar, no existimos en la Historia", afirmó.
Por esto, es importante que se reconozca —dijo Arellanes— que uno de los próceres mexicanos, Vicente Guerrero (1782-1831), era negro. También lo era Juan N. Álvarez (1790-1867), otro militar independentista.
"Para nosotros son referentes. Hubo personas afro que hicieron algo por este país", sostuvo.
Con su proyecto llamado 'Huella Negra', editan cada año un calendario con personalidades negras mexicanas, en un esfuerzo por dejar constancia de su aporte cotidiano al país.
"También queremos erradicar el estereotipo de que los afrodescendientes sólo servimos para actividades que requieren fuerza física y no nuestra parte intelectual", reivindicó.
En la misma línea, reclamó:"Se ha dicho que somos violentos y de bajo intelecto, algo que se refuerza con los medios de comunicación y que sostiene un prejuicio que nos causa daño".
Maestro mascarero
"Tengo pocos años haciendo máscaras pero ha significado para mí defender mis derechos", explicó Arellanes. "La de los Diablos es una danza libertaria, de protesta y rebeldía para la que cada quien hace su máscara. Como no tenemos prisa, podemos tardarnos un mes en terminarla, sino la haces en tres días", explicó.
La imponente máscara de 'Los Diablos' de Cuajinicuilapa, que tiene orejas de burro, cuernos y largas crines por toda la cara, empieza con un óvalo de cartón. Arellanes lo recorta frente a los asistentes a un taller en el 'Tercer Encuentro de Maestros Mascareros' realizado en la ciudad de México.
Con dobleces del cartón y pequeños tajos va dando artesanalmente la forma que necesita, para luego coser y pegar el resto: las orejas que se hacen aparte, el pelo que cuelga, hasta el pañuelo con el que forra la máscara por dentro para que no lastime la cara durante las horas del baile.
Mientras explica estas manualidades, Arellanes relata a los presentes que las evidencias más viejas de esta danza son de 100 años atrás y que se practica en varios pueblos a los largo de más de 200 kilómetros de la costa chica de Oaxaca y Guerrero, de los cuales Cuajicuilapa (Guerrero) de dónde él es originario, es uno de ellos.
"La danza de Los Diablos cambia de barrio a barrio, a veces en la misma compañía", explicó. La bailan 26 integrantes de los cuales 24 se forman en dos filas de 12 y los otros dos encarnan a los personajes centrales: el 'diablo mayor' y 'la minga', el único personaje femenino que también es interpretado por un hombre disfrazado. En las filas de Diablos, adelante van los mayores y hacia atrás los niños que se suman desde chicos a la fiesta.
La danza es zapateada en el piso ("en el polvo", diría Arellanes) que empieza con un arrastre del pie como hacen los toros cuando van a atacar. El ritmo lo marcan tres instrumentos específicos: la charrasca, el bote y la armónica.
"La danza inicialmente fue de protesta de los esclavos traídos a la 'Costa chica' a trabajar en las haciendas algodoneras como capataces con un día de descanso al año. Aunque no se conoce cuál es su origen africano, hay evidencias que nos vinculan a Etiopía", explicó.
La mezcla —que siempre se da— se hizo allí entre negros e indígenas; luego llegó el catolicismo y su sincretismo que convirtió esta danza libertaria en una de las que se celebran para el 'Día de muertos', una de las principales fiestas mexicanas.