En semanas anteriores, hemos hablado acerca de las dificultades que han emergido tras los graves problemas que enfrenta su economía desde hace cuatro décadas, y en fechas más recientes de los apuros que encara para resolver la confrontación que ha iniciado contra China, los cuales van a causar en el futuro mayor cantidad de problemas a los ciudadanos estadounidenses que a los del país que pretende ser afectado.
Si nos atenemos a que cualquier política y cualquier guerra —que conceptualmente es la continuación de la política— se trazan en función del logro de objetivos estratégicos, se tendrá que concluir necesariamente que Estados Unidos ha fracasado estrepitosamente en la consecución de los mismos.
Las invasiones a Afganistán e Irak y las amenazas contra Irán han sido expresión de frustraciones y reveses toda vez que los objetivos no fueron cumplidos: la revolución islámica continúa en el poder teniendo incluso los aprestos suficientes para apuntalar el establecimiento de un Gobierno aliado en Bagdad, tras la salida de Estados Unidos de Irak.
Ante el 'peligro' que significaría para su política la continuidad de las negociaciones que los talibanes y el Gobierno afgano han estado realizando bajo el auspicio de Rusia, tomando en cuenta que alrededor del 60% de las fracciones de los talibanes han establecido una buena relación con Irán y que esta organización ha instalado una oficina en Doha (Catar), Estados Unidos se ha visto obligado a cambiar el curso de las negociaciones, imponer sus propios planes para no verse apartado de una solución que podría dejar sus intereses al margen del futuro del país.
✒️ FIRMAS por Francisco Herranz
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Según los últimos datos disponibles, Estados Unidos aumentó su gasto militar por primera vez desde 2010https://t.co/tUPDGn2IL5
En términos geopolíticos, esto encauzó una mayor presencia de Rusia en el Mediterráneo, la cual se manifiesta en términos militares en los acuerdos de fortalecimiento de sus Fuerzas Armadas en territorio de Siria y con los grandes proyectos de cooperación en materia energética, tras el descubrimiento de importantes reservas de petróleo en las costas de Siria, Líbano, Israel y Palestina.
En el primer caso, Arabia Saudí, que creó una coalición para desatar una guerra contra Yemen con el auspicio y apoyo de EEUU y Europa, ha malogrado su esfuerzo sin conseguir éxitos ostensibles; al contrario, la alianza se está extinguiendo después de la deserción de Emiratos Árabes Unidos, tras los sensibles golpes recibidos de parte de las fuerzas armadas yemeníes en cooperación con el movimiento Ansarolá. La alianza se ha debilitado a tal punto que Arabia Saudí se ha quedado sola con socios menores que no aportan mucho en términos militares. Los ataques yemeníes al territorio saudí han ido creciendo a partir de su capacidad para producir drones y misiles balísticos que golpean en la retaguardia de las Fuerzas Armadas de la monarquía wahabita, en la profundidad de su territorio.
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Por su parte, el estrecho de Ormuz y el golfo Pérsico están bajo control iraní, como lo demuestra el derribo por parte de sus fuerzas antiaéreas de un dron estadounidense que había violado el espacio aéreo de la nación persa. La incapacidad de EEUU de responder a esta acción, que podría traer represalias de incalculables costos políticos, militares y económicos si Irán atacaba a Arabia Saudí (en particular su zona de mayor producción petrolera, ubicada en el este del país y en las cercanías de Irán), a Israel e incluso a la 5ª Flota de las Fuerzas Navales estadounidenses con base en Bahréin, obligó al presidente Trump a limitarse a amenazas, una vez realizado el cálculo de pérdidas y las implicaciones estratégicas que podría ocasionar un ataque directo a Irán.
La consecuencia directa más inmediata es que los aliados de Estados Unidos en la región comienzan a percibir que el 'hermano mayor' ya no puede garantizar su seguridad. Esto marca una diferencia sustancial con el pasado si se considera que antes, EEUU utilizaba al Estado sionista y a las monarquías petroleras árabes para castigar a sus enemigos en la región, mientras que hoy debe preocuparse de la seguridad de estos regímenes, dado el cambio sustancial en la correlación de fuerzas. En el momento en que esto ha empezado a ponerse en entredicho, se manifiesta otro aspecto de la decadencia occidental en la región.
La creciente presencia de Rusia y de China en la región, unido a las alianzas de estas potencias con Turquía, Irán, Siria y Líbano, son expresión de un gran bloque heterogéneo basado en intereses comunes a pesar de las diferencias. Sobre todo debe considerarse la particularidad que emana de la ubicación de este conglomerado en las fronteras de Israel, lo cual crea un contratiempo de dimensiones colosales para la política de Washington en la región.
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Finalmente, hay que decir que en el ámbito diplomático, Estados Unidos tampoco ha podido mostrar éxitos en la aplicación de su política, toda vez que, tanto las iniciativas propias emprendidas como las de sus socios, han terminado en absolutos fiascos.
De la misma manera, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos están siendo acosados por su desastrosa participación en la guerra contra Yemen, que ha causado el peor desastre humanitario de la actualidad en el mundo.
En otro ámbito, hay que resaltar el estrepitoso chasco que ha significado el proyecto fallido del presidente Trump para construir un Acuerdo del Siglo con el objetivo de anular la causa palestina y favorecer a Israel, impidiendo al mismo tiempo el retorno de los refugiados a quienes se pretendía instalar en 'una patria alternativa' en Jordania y la península egipcia del Sinaí.
La realidad es que se trató de tomar decisiones sin consultar a los palestinos y a la opinión pública del mundo musulmán que, a pesar de sus contradicciones internas, en su gran mayoría sigue apoyando la causa palestina, pese a las maquinaciones de Washington y sus aliados en la región, entre otras razones porque EEUU perdió su cualidad de mediador al apoyar irrestrictamente a Israel.
A este respecto, Abbas Daher, analista del diario libanés El Nashra, cree que la conferencia de Manama fue planteada por Bahréin, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos como una oportunidad para lograr un acercamiento a Israel a costa de los intereses del pueblo palestino. A partir de ahora, estos tres regímenes y EEUU han quedado al margen de opinar sobre la causa palestina. Por el contrario, el protagonismo internacional de la misma ha quedado totalmente en manos del eje de la resistencia. Según este analista, "…esto será una verdadera calamidad para Riad, Abu Dhabi y compañía".
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La iniciativa, que fue retomada y apoyada en primera instancia por Arabia Saudí y los países del golfo Pérsico en 2017, se inscribía en el viejo proyecto de Estados Unidos de establecer una 'OTAN árabe' contra Irán, pero estuvo condenada al fracaso desde un inicio dada la inexistencia de una política común entre estos países.
Una vez más, Washington no logró imponer el consenso para que los países árabes consideraran a Irán un enemigo común, idea que solo está presente en Arabia Saudí y sus aliados menores del golfo Pérsico, sumando con ello una nueva debacle a la ya naufragada política estadounidense en la región, que no se ve por donde pueda ser reflotada.
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