Esta aleación puede proporcionar una base para ordenadores ultraeficientes, de acuerdo con el estudio publicado en la revista Science Advances.
El semimetal, como señalan los investigadores, consta de capas ordenadas del metal tungsteno y telurio, un elemento con propiedades semiconductoras. Esta característica, así como el hecho de que el telurido de tungsteno tiene propiedades metálicas incluso a temperatura ambiente, llevaron a los científicos a creer que este compuesto puede tener propiedades ferroeléctricas.
"En los años 1960, los teóricos predijeron que los metales ferroeléctricos debían existir, pero solo ahora fuimos capaces de crearlos. Otros materiales metálicos de varias capas deberían tener propiedades similares y planeamos continuar nuestra búsqueda", explica Pankaj Sharma de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sidney (Australia).
¿Qué hace este material tan especial?
Algunos materiales naturales, como el ácido tartárico, el bario y el titanio, tienen una propiedad inusual: los electrones en ellos no están distribuidos uniformemente y su posición puede controlarse mediante campos eléctricos fuertes.
Funcionará a la misma velocidad que la moderna memoria de acceso aleatorio, pero al mismo tiempo no perderá información cuando se desconecte la fuente de alimentación y será casi eterna en comparación con los flash chips.
Además, leer y escribir la información requerirá cantidades muy pequeñas de energía en comparación con los transistores de silicio y los discos magnéticos, lo que reducirá significativamente el consumo de energía por los futuros ordenadores.
Todos los materiales existentes de tipo similar, como señala Sharma, tienen una cosa en común: todos pertenecen a la categoría de semiconductores o dieléctricos, y ninguno de ellos es metálico. A pesar de que la teoría reconoce la existencia de tales materiales, muchos experimentadores dudaban que se pudieran crear en práctica, ya que su parte metálica debería amortiguar las propiedades ferroeléctricas. No obstante, los físicos australianos impugnaron esta afirmación, comprobando que los metales 'inexistentes' sí existen.