Lo que debía ser un regreso triunfal después de 18 años de exilio terminó en la muerte trágica de por lo menos 13 personas, la manifestación de un odio hasta entonces contenido, el punto de contacto de dos corrientes sostenidas sobre un ideal compartido pero diametralmente opuestas en una época virulenta, en la que tener convicciones políticas implicaba también andar armado.
Tres millones de personas se acercaron a las intersección de la autopista que desemboca en el aeropuerto internacional de Ezeiza y la ruta que conecta con Buenos Aires. Estaban ahí para presenciar un momento histórico, la vuelta definitiva de Juan Domingo Perón al país.
Perón había sido depuesto de su cargo como presidente a través de un golpe de Estado en 1955, después de 10 años de un Gobierno que marcó para siempre la política argentina, un mandato de características populares que realizó las reformas sociales más importantes de la historia y se ganó el cariño de las clases más vulnerables del país. Desde entonces, Perón y el peronismo habían sido prohibidos por ley en el país.
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Meses antes del regreso, el peronismo, a través de la figura del presidente testimonial Héctor Cámpora, había ganado las elecciones en nombre de Perón (que tenía prohibido participar) y había lanzado el llamado Pacto Social, un acuerdo entre los sindicatos y el empresariado para ofrecer estabilidad.
Los lineamientos del acto de bienvenida fueron estipulados por dirigentes gremiales cercanos al expresidente, de organizaciones de centroderecha que rechazaban las ideologías marxistas. Por otro lado se encontraban las agrupaciones de corte revolucionario, muchas de ellas forjadas como guerrillas armadas, que habían resistido en la clandestinidad durante los años de dictadura y proscripción del peronismo.
Al llegar la columna de corrientes de izquierda al palco controlado por los de derecha se produjo el encontronazo entre las facciones, ambas buscando demostrarle al líder su presencia y valor de convocatoria, lo que provocó la chispa de fuego.
Los que custodiaban el escenario, que tenían más hombres armados y con armas de mayor calibre, dispararon, y empezó una balacera que terminó con más de una decena de personas muertas (el número de 13 víctimas es cuestionado debido a la falta de una investigación correspondiente) y más de 350 heridos.
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La masacre vaticinó la violencia entre corrientes del movimiento que se instalaría en la Argentina en los años siguientes, que llevaría a que José López Rega, mano derecha de Perón, creara la Alianza Anticomuninista Argentina, un grupo paramilitar encargado de perseguir y asesinar a miembros del peronismo de izquierda.
Esta guerra sucia sería la justificación que usarán las Fuerzas Armadas para tomar el poder por la fuerza una vez más e instalar el período más cruento de la historia argentina, que se llevó a cabo durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983), caracterizada por el terrorismo de Estado y la violación sistemática de los Derechos Humanos.