En el siglo XIX, las ansias de políticos y gobernantes estadounidenses por Cuba giraron en torno a la política de la "fruta madura", ideada por el expresidente estadounidense John Quincy Adams. Según esta teoría, la ley física de gravitación también se aplicaba a la política por lo que Cuba era vista como un fruto de España que "inexorablemente" caería en el patio de EEUU.
España, que había perdido algunos de sus territorios, aún se aferraba a sus últimas perlas, y rechazó la propuesta por considerar dichas islas parte íntegra de su territorio. Pero los intentos no cesaron y hubo otras ofertas.
Para entonces, el expresidente de EEUU, John Quincy Adams había logrado la compra de Florida por cinco millones de dólares en 1821, y Polk había obtenido el territorio de Oregón, la anexión de Texas y el norte de México con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que le valió todo el suroeste del territorio estadounidense. De ahí que la idea de comprar Cuba nunca fue subestimada.
En 1854 los entonces diplomáticos estadounidenses Pierre Soulé y James Buchanan solicitaron al Gobierno de EEUU insistir en la compra de las posesiones españolas en el Caribe y recomendaron aumentar la oferta a 120 millones de dólares. En esta ocasión, si España volvía a negarse, los diplomáticos sugirieron que EEUU debía iniciar una invasión militar.
Con la firma del Tratado de París en diciembre de 1898 España renunció a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba y aceptó la deshonrosa suma de 20 millones de dólares por las islas de Puerto Rico, Filipinas, Indias Occidentales y Guam. EEUU mantuvo su presencia en Cuba hasta 1902 cuando ésta se concretó como República independiente.
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