Pocas ventanas se abren al mundo con tantas expectativas como el escenario de la geopolítica venezolana y todos hablan sobre el devenir del país caribeño como auténticos opinólogos de profesión: pasa esto por esto o pasará eso por aquello. Pero en Venezuela suele ocurrir de manera reiterada algo que no se amolda a los patrones establecidos. Que no hay lógica ni concierto y que nunca, jamás, deja de sorprender con sus acontecimientos.
"Todos a la calle", dijo Guaidó a través de sus redes sociales. Adelantó otro día definitivo apareciendo antes de que saliese el sol y en un punto estratégico de la ciudad. La Carlota es un símbolo. Céntrica, infranqueable, poderosa.
La explicación coherente es que el Gobierno ya subió el sueldo mínimo mensual hace dos semanas (el pasado 16 de abril) de 18.000 a 40.000 bolívares (unos 8 dólares), un aumento del 122%. Eso sí, casi no se entera nadie porque nadie lo dijo e internet no hizo su trabajo propagandístico hasta que se publicó en Gaceta Oficial.
Pero también se podría decir que el golpe de Estado que Juan Guaidó y sus aliados trataron de consumar en la mañana del 30 de abril en La Carlota empezó hace más de 10 años, como un proyecto junto a otros jóvenes cachorros venezolanos de la oposición ('Generación 2007'), supervisado por los entrenadores de élite de Washington para cambios de Gobierno como sostienen Dan Cohen y Max Blumenthal en una investigación publicada en el medio digital de investigación GreyZone.
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Sea como fuere, el proyecto Guaidó ha colmado el calendario de días importantes con final inconcluso para sus seguidores y sus maestros. El 30 de abril fue una jornada dura en las calles. Calurosa y con olor penetrante a quemado por los enfrentamientos entre la policía, la Guardia Nacional y los manifestantes que apoyaban a Guaidó.
La oposición convocó desde temprano en diferentes puntos de Caracas. Juan Guaidó llevaba horas en paradero desconocido, pero según su equipo de comunicación, "¿bien y a salvo", haciendo apariciones en sus redes sociales sin geolocalizador.
Las horas se llenaron de gente en cada vez menos metros cuadrados. Corrió el rumor en varias ocasiones de que llegaba Guaidó a la zona. Le esperaron. Pacientes. Desenvolvían las arepas de jamón y queso del envoltorio de papel de aluminio. Guaidó nunca llegó. Al final cayó la tarde en Altamira dispersada por la policía y la violencia de unos y otros mientras el chavismo sacaba pecho en su zona de confort: los alrededores del Palacio de Miraflores.
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La marea roja fue más fuerte que en otros días 'D' porque el susto previo fue mayor. Algunos venían de la resaca de la noche anterior, en ese mismo punto, cuando el golpe parecía que avanzaba y el Gobierno de Nicolás Maduro llamó a los suyos a defender lo suyo: la Patria, Venezuela.
Nicolás Maduro llegó más tarde de lo habitual a la tarima preparada para la ocasión, pero llegó para contar que jamás hubo ningún avión en Maiquetía (aeropuerto de Caracas) para llevarle a Cuba. Tal y como afirmó el Secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, que en una entrevista en televisión aseguró que las negociaciones para sacarle del poder le habían puesto casi con un pie en La Habana.
Maduro anunció cosas importantes. Entre ellas que en los próximos días mostrará las pruebas de quiénes son "los traidores a la patria", perpetradores del golpe, y que el próximo fin de semana se celebrarán unas jornadas de "diálogo, acción y propuestas".
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La música tapaba a ese lado los disparos del este de la ciudad donde la policía continuaba echando humo. Un par de horas después Caracas dejaba uno de los atardeceres más lúcidos de los últimos meses, de emborracharse mirando el sol poniente. Mañana será otro día sin más.