Tres dirigentes para recibir al visitante. La ceremonia estudiada de Emmanuel Macron, Angela Merkel y Jean-Claude Juncker para recibir a Xi Jinping en el Palacio del Elíseo, el pasado 26 de marzo, pretendía ofrecer una imagen de unidad de los principales líderes de la Unión Europea hacia China. En realidad constató la debilidad hacia el invitado: tres representantes para dar una imagen de fuerza ante uno solo.
La llamada "Nueva ruta de la seda", el plan de inversión chino que llega ya hasta el Atlántico y el Índico, ha resquebrajado la unidad europea en su aspecto comercial. Para el presidente francés, autoerigido como líder político de la Unión, el desequilibrio comercial de la UE con su socio, pero "rival sistémico", es consecuencia de la "ingenuidad" europea.
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Que puertos como el griego de El Pireo o compañías eléctricas como la EDP portuguesa, por ejemplo, hayan aceptado la inversión china; que 11 países comunitarios hayan querido englobarse en el grupo 16+1 con China; que Italia abofeteara esa pretendida defensa de intereses comunes adhiriéndose por su parte al plan 'Cinturón y ruta', son ejemplos del esfuerzo descomunal que la UE debería hacer para pasar de la "ingenuidad" al poder que le conferiría la unidad política y comercial.
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Europa reprocha a China una falta de reciprocidad que se descubre años más tarde de haber pretendido hacer del país asiático la solución económica a sus problemas. Se pone en relieve ahora lo que hace lustros se aceptaba: las barreras a la inversión europea en el sector estatal chino, el veto a las ofertas públicas, las exigencias para la transferencia de tecnología…
UE: de la euforia librecambista, a la realidad
La Unión Europea, que naciera —también— para defender comercialmente sus fronteras, se dejó llevar por una euforia librecambista convertida en dogma que ahora no sabe cómo frenar frente a su socio chino.
Italia no ha tenido que consultar con Macron, Merkel o Juncker para poner a disposición de China los puertos de Trieste o Génova, entre otros acuerdos que, según Roma, reportan más de 2000 millones de euros, pero que podrían llegar a un volumen de 20.000.
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Atenas tampoco anunció a sus socios sus convenios con Pekín, cuando la necesidad le acuciaba tras el plan de ajuste que le exigía Bruselas (y especialmente Berlín) y le ha dejado exangüe.
Los países de la UE cuentan con dispositivos de control de inversiones, pero es difícil bloquear acuerdos que pueden suponer no solo inversión líquida, sino también puestos de trabajo. Según diferentes estudios, las inversiones chinas han disminuido en un 40% en 2018, pero más debido a una autorregulación de Pekín que como consecuencia de barreras exteriores.
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La Administración Trump ha entrado en guerra comercial y tecnológica con China, a través de Huawei por ejemplo, para proteger sus redes 5G. Por su parte, la UE puede presumir de ser el mayor mercado mundial, pero su capacidad de defensa comercial tiene tantos agujeros como miembros la constituyen.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK