"El declive poblacional de la vaquita marina lleva muchos años. Hoy ya estamos al límite de su extinción. Esto se debe a la pesca de un pez que comparte hábitat con ella, la totoaba", dijo a Sputnik Miguel Rivas Soto, doctor en biología por el Instituto de Ecología de la UNAM y coordinador de la Campaña de Océanos Greenpeace, México.
"El elevado valor de este pez provocó una pesca desbordada e ilegal. Para ello se usan redes agalleras [así conocidas por la parte del cuerpo de los peces que queda sujeta a ellas], y al tener un tamaño similar al de las vaquitas, ambas especies quedan atrapadas. Así aumentó su mortalidad al punto de llegar a donde estamos hoy, casi no quedan ejemplares", explicó el biólogo.
La ternura y simpatía de estos cetáceos contrasta con la crueldad de la especie encargada de su exterminio. Se trata de animales "con una emocionalidad muy frágil", tanto es así que es imposible colocarles rastreadores como se podría hacer con otras especies de delfín, ya que "entran en estados de estrés muy rápido y mueren. No sobreviven fuera de su hábitat natural. Capturarlas no es una opción".
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Por eso la forma que encontraron los científicos para monitorear su población es mediante la utilización de micrófonos subacuáticos para contar los "clicks", o sonidos que emiten para comunicarse entre sí. Así, mediante un cálculo de frecuencias estiman cuántos ejemplares quedan. "Por eso quizás sean incluso menos. Pensamos que quedan entre seis y 22, pero es probable que sean 10", indicó Rivas Soto.
Los esfuerzos de conservación no son suficientes para detener la ola de muerte. En los años 90 se decretó el refugio de la vaquita y se acordó una protección especial para la especie. Entre 2014 y 2015 se vieron los mejores resultados al implantarse una veda total de pesca con redes agalleras. Además se les daba una compensación a los pescadores.
"Ninguna de las medidas de reconversión tecnológica para buscar alternativas de pesca, o económicas para que los pescadores se dediquen a otra cosa, dieron como resultado un mayor número de ejemplares. La especie está en franco declive y al borde de la extinción", sostuvo.
La desaparición de una especie siempre genera un desequilibrio en el ecosistema. "En este caso se verían afectadas las cadenas tróficas [o de nutrición], con un desbalance que afectaría a otras especies. A eso se le suman posibles consecuencias económicas y sociales. Las pesquerías del alto Golfo de California podrían verse vedadas por incumplir con los estándares internacionales de pesca", estimó el científico.
Existen organizaciones conservacionistas que están en el hábitat de las vaquitas buscando las "redes fantasmas", que son abandonadas y quedan flotando a la deriva capturando vaquitas y provocando su muerte. Esta es una forma en que la sociedad civil hace su aporte. Pero con esto solo no alcanza.
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"Para salvarlas necesitamos que desde el Gobierno se regule la pesca, el comercio y se combata el crimen organizado que vive a costa de su explotación. Sin esa intervención efectiva no hay mucho que se pueda hacer", consideró Rivas Soto, quien a pesar de todo afirma que hay esperanza mientras sigan nadando las últimas vaquitas en las únicas aguas que son su hogar, las del alto Golfo de California, en México.
Pero la realidad es dura. Aún siendo optimistas, el futuro de esta especie pende de un hilo. "Supongamos que la mitad de las que quedan fueran hembras, se reproducen cada dos años. La recuperación bajo las condiciones actuales va a ser muy lenta. Y todo indica que la pesca de la totoaba no va a cesar", señaló.
Lo que está en riesgo en México es mucho más que la desaparición de una especie bonita. De concretarse su extensión el país perdería un patrimonio cultural y genético irreemplazable.
"Se trata de una de las especies más emblemáticas de México para el mundo. Los impactos de su desaparición son incalculables", concluyó.