"Arrancábamos a trabajar a las 5 de la mañana y descansábamos a la 1, 2 de la mañana del día siguiente. Primero te endulzaban y te decían 'mirá, para que puedas tener un poco más de plata'. Comíamos en la misma máquina, cinco o seis minutos, y volvíamos a trabajar. Ahí por lo menos he estado año y medio", contó a Sputnik Fidel Daza Castellanos, inmigrante de Bolivia que vivió, como muchos paisanos suyos, la explotación laboral en talleres clandestinos argentinos.
Oriundo de Sucre, Fidel llegó a la Argentina en 1998 cuando tenía 19 años. Cuenta que estaba estudiando para entrar a la universidad pero por cuestiones económicas no había podido. En anuncio de una radio local escuchó que ofrecían un sueldo en dólares y decidió jugársela. En la frontera, quienes se encargaban del traslado les retuvieron los documentos, que nunca recuperó y que pudo volver a tramitar recién años más tarde.
Escucha en Telescopio: 50 transnacionales basan su fortuna en el trabajo esclavo y la desregulación laboral
"Llegamos a una terminal en Escobar y nos subieron a una [camioneta] Traffic. Nos llevaron para el lado de [Avenida] Olimpo y Camino de Cintura, cerca de la feria de La Salada. Nos habían dicho que era en una fábrica. Pero no, era una casa que alquilaban, con piezas de tres por cuatro, con camas cucheta como en la 'colimba' [servicio militar] y el taller", dijo Fidel.
El dueño del taller clandestino le había dicho que con en el primer mes de trabajo ya iba a poder pagar las deudas del traslado pero eso nunca sucedía: se sumaron el supuesto pago de sobornos a la Gendarmería en la frontera y un visado que él nunca pudo comprobar. "Nos pagaba 60 pesos por mes y mi deuda era de 800 dólares, en la época del uno a uno [un peso igual a un dólar]", contó.
"Él nos llevaba en la camioneta al Parque Indoamericano cuando teníamos ratos de descanso algunos domingos, fuera de eso no nos dejaba salir. Cerraba la puerta, echaba llave del lado de afuera y tenía una abertura como para que entre el perro donde, a mediodía, ponele, nos pasaba la comida", narró Fidel, quien uno de esos días aprovechó para escaparse junto a otro compañero.
La Alameda es una ONG que nació en 2001 como comedor popular y ahora está dedicada a la lucha contra la trata de personas, el trabajo esclavo, la explotación infantil, el proxenetismo y el narcotráfico.
Te puede interesar: ¿Cuál es el país con la mayor prevalencia de esclavitud moderna?
"Llegaban al comedor comunitario muchas mujeres que contaban una historia que se repetía: que habían llegado a la Argentina con un sueño que les habían vendido de tener un buen trabajo y cobrar en dólares para poder mandar plata a sus familias, la mayoría de Bolivia, que les iban a ofrecer salud, educación, vivienda", dijo a Sputnik Tamara Rosemberg, fundadora de la fundación y secretaria de la cooperativa textil La Alameda.
"A muchos de los que empezaron siendo esclavizados ocurría que el dueño del taller les terminaba pagando con una de las máquinas, entonces en otra casa se ponía a producir para un fabricante, que cada vez exigía más, entonces esta persona empezó a traer a sus parientes de Bolivia y empezó a reproducir eso de lo que había sido víctima. Esa es la parte por ahí más perversa de la situación", explicó Rosemberg.
Más información: ONU: La trata de personas existe en 106 países
"En las granjas clandestinas contratan al jefe de familia, al padre, pero buscan que sea gente que tenga mucha carga familiar. Le exigen juntar determinada cantidad de huevos, que solo no va a lograr, entonces se ve obligado a hacer trabajar a sus hijos. De hecho, en la mayoría de las granjas, los lugares donde van cayendo los huevos directamente de la gallina están a la altura de un nene de cinco años, como para que se vea que esto es ya algo premeditado, es un sistema bien estudiado", dijo.
La problemática se complejiza por el hecho de que cuando esas personas son rescatadas o dejan la situación de explotación pierden también su vivienda. "Hay muchos costureros que cuando se anotan en la bolsa de trabajo y vos le ofrecés trabajar ocho horas te piden 'yo quiero trabajar más porque necesito vivir en el lugar'. Queda muy instalado en la gente", profundizó.
"Al haber estado tantos años sometida, la gente termina acostumbrada a ese estilo de vida. La explotación en la práctica vos la podés resolver pero, y esto te lo digo como profesional de la salud mental, lo más difícil de erradicar es la esclavitud mental", dijo Rosemberg.