"La retirada del Tratado haría a Estados Unidos dar un paso adelante y muchos pasos atrás en materia de seguridad internacional", afirma Rowan Allport, el autor del artículo.
A pesar de su nombre, el Tratado INF no solo prohíbe los misiles lanzados desde tierra con un alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros, sino que también prevé la eliminación de todos los misiles de alcance corto, medio e intermedio que poseen Washington y Moscú, independientemente de las ojivas que lleven. Es por eso que romperlo es una decisión peligrosa, cree Allport.
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El hecho de que el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares prohibiera también los misiles lanzados desde tierra con ojivas convencionales no se consideraba importante en el momento de su firma. En aquel entonces se pensaba que esas armas eran secundarias a sus homólogas nucleares.
La actual Doctrina Militar Rusa, publicada en el 2014, afirma que Rusia considera las armas de alta precisión como un elemento clave de la disuasión estratégica. En virtud del Tratado INF, el uso de estas armas se limita a una zona de tiro potencial de 499 kilómetros, lo que supone una gran desventaja para Rusia.
Moscú lo entiende perfectamente y no está contenta con las condiciones actuales. Así, en diciembre del 2018, el presidente ruso, Vladímir Putin, afirmó que el acuerdo INF "equivalía a un desarme unilateral".
Para Rusia, a su vez, la única manera de responder a la amenaza de Occidente será desarrollar misiles terrestres no nucleares más letales. Moscú tiene estas tecnologías, y la salida de Washington del tratado le permitirá implementarlas, enfatiza Foreign Policy.
El acuerdo en materia de seguridad nuclear fue firmado en 1987 en Washington por los presidentes de la URSS y EEUU. El tratado no permite que los dos países posean, fabriquen o prueben misiles de crucero terrestres. En octubre del 2018 el presidente Donald Trump anunció la retirada de Estados Unidos del acuerdo.