Dusambé, la capital de Tayikistán, espera que con la nueva central hidroeléctrica no solo se abastezca a toda la población del país —unos ocho millones de personas—, sino que también se consiga exportar electricidad y, así, impulsar la economía.
Durante la ceremonia de inauguración de la hidroeléctrica de Rogún estuvieron presentes no solo los ingenieros y los obreros responsables de la construcción del proyecto, sino también delegaciones de Uzbekistán, de Rusia, de Kirguistán, de Afganistán y de Italia, además de los representantes de varias organizaciones internacionales.
Tayikistán es uno de los países más pobres del espacio postsoviético. Después de la desintegración de la URSS, la República pasó a vivir en un estado de crisis energética permanente, ya que hasta entonces quien le proporcionaba energía era su vecino Uzbekistán. El 87% de la electricidad tayika proviene de centrales hidroeléctricas, pero resulta que esta es estacional y que, en invierno, los glaciares no se derriten, por lo que el curso de los ríos disminuye y, por tanto, se produce menos electricidad. Precisamente esto ocurre en la época más fría del año, cuando la gente necesita más que nunca calor y luz.

El Gobierno de Tayikistán comenzó a mover pieza. Comenzó a construir una línea eléctrica, la Sur-Norte, pusieron en funcionamiento la central termoeléctrica Dusambé-2 y le dieron un lavado de cara a la hidroeléctrica de Nurek. Los esfuerzos de las autoridades por terminar con el déficit energético no fueron suficientes y durante la segunda mitad de 2018 en muchas localidades del país todavía hay luz solo durante unas cuantas horas al día.
Pero su construcción, que se está finalizando todavía en 2018, se inició durante la época soviética. Con la desintegración del bloque comunista y con la consecuente guerra civil en Tayikistán, "no estaba el patio para hablar de construir nada", señala a Izvestia Marat Jakel, candidato a doctor en Ciencias en el país asiático. Añade que se cerró el grifo de la financiación y que comenzó a escasear la mano de obra y la maquinaria.
El ambicioso proyecto cayó en declive y, por si fuera poco, una fuerte inundación derribó la parte superior de la presa en 1993 y los túneles se inundaron parcialmente.

Cuando terminó la guerra civil, las autoridades tayikas decidieron acabar la central. Sin embargo, se encontraron ante un obstáculo tras otro. Se necesitaban para ello inversiones a gran escala, y no tenían fondos. Dusambé incluso trató de recaudar dinero pidiendo a la población que donase parte de sus salarios voluntariamente para terminar con la central. Lograron recaudar unos 170 millones de dólares. Más tarde el Gobierno colocó eurobonos y logró recaudar 500 millones de dólares.
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En 2016 el presidente Karímov murió y con él gran parte de los problemas. En octubre de ese mismo año, Rahmon se subió al volante de una excavadora y marcó el rumbo. Desde entonces y hasta 2018 el ritmo de trabajo es vertiginoso y están implicados en la construcción de la central 20.000 obreros. Taskent dio su brazo a torcer.
"Sin embargo, el proyecto para Uzbekistán es objetivamente incómodo. Las sequías en la región son cada vez más frecuentes y los glaciares disminuyen de tamaño constantemente. Cada vez hay menos agua y la población aumenta. Dusambé afirma que sus vecinos no tendrán problemas y que habrá agua suficiente", explica a Izvestia Andréi Grozin, director del Departamento de Asia Central del Instituto de la Comunidad de Estados Independientes de Moscú.
A su vez, por ahora, los uzbekos están tranquilos. En Taskent se dice que incluso quieren participar en la construcción de las instalaciones hidroeléctricas de su vecino y, de hecho, ambos ya han acordado participar conjuntamente en dos de esas centrales. Es un panorama que antes era difícil de imaginar.