A los representantes de la OTAN, EEUU y la UE les sigue costando admitir que el referéndum celebrado en Macedonia para cambiar el nombre del país, como condición para entrar en la Alianza Atlántica y en la Unión Europa, fue un fracaso.
Aun así, dos tercios de los votantes se abstuvieron de participar en la votación. El tercio participante se desplazó para apoyar la propuesta gubernamental, lo que para los patrocinadores exteriores del plan, fue todo un éxito.
Macedonia podría pasar a rebautizarse como "República de Macedonia del Norte", un nombre pactado con Grecia que, desde 1991 se oponía a que su vecino se denominara como su región más septentrional, obligando a medio mundo a utilizar el ridículo y absurdo FYROM, por el acrónimo inglés de Antigua República Yugoslava de Macedonia, sugerido por la ONU.
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Ese decepcionante resultado del 30 de septiembre es todavía más espectacular si se tiene en cuenta la "ayuda" exterior que el gobierno recibió.
El jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg visitó dos veces en seis meses Skopie para asegurar a los macedonios la coraza que les protegería de la más que probable invasión de las tropas rusas.
Del otro lado del Atlántico, los macedonios han tenido el honor de recibir a James Mattis, el máximo jefe militar de Estados Unidos, por cierto, sin aclarar si su presidente estaba al tanto del viaje.
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En todo caso, Trump parecía ajeno a la polémica sobre el nombre del país. Hace solo un mes envió al presidente Gjorge Ivanov — por cierto, contrario al referéndum— varios mensajes en los que se refería a "Macedonia". De FYROM, nada.
Es sabido que, en la nueva guerra fría, los tanques rusos tendrían difícil invadir Macedonia sin el permiso de paso de Ucrania, Moldavia y Bulgaria, en el camino más corto. Pero los nuevos carros de combate virtuales que Mattis enfrenta los conducen "adiestrados hackers a sueldo de Moscú". Y un certero cambio de nombre del país les libraría de tal amenaza.
Como líder europeo de peso, los macedonios recibieron la visita de Angela Merkel, canciller alemana y líder de facto de la UE. Macedonia sigue siendo para Berlín parte de su zona de influencia. La implosión de Yugoslavia, operación a la que Alemania contribuyó singularmente, ofreció nuevos mercados. Mercados no tan cautivos, pues norteamericanos y europeos temen no solo la "injerencia rusa", sino la entrada en la guerra comercial y estratégica de China, que compra infraestructuras e influencias a precio de saldo en el patio trasero del Viejo Continente.
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Para la UE, sin embargo, es más complicado hacer promesas de acogida en su seno. El club de los 27 (tras el Brexit) no aceptará una nueva ampliación. Incluso hay países que se arrepienten tanto de haber integrado a los últimos socios que preferirían desenganchar a alguno de los vagones que se añadieron en los últimos años.
En Macedonia, pues, ganó la opción "Bojkotiram" (Yo boicoteo). La participación por debajo del 50 como requiere la Constitución invalida la consulta. Y aunque el primer ministro Zaev forzara un voto en el Parlamento, necesitaría la adhesión de dos tercios de los 120 escaños, y solo cuenta con 71 asegurados.
Achacar la derrota oficialista a las maniobras de Moscú es reconocer que la influencia del Kremlin —sin visitas oficiales al país — es infinitamente superior a la representada por Estados Unidos, la OTAN y la UE juntos. O que el oro de Moscú paga más y mejor que George Soros. Una conclusión exagerada y risible.
Aunque los mismos, como hicieron tras los resultados de las elecciones norteamericanas, polacas o húngaras, puedan considerar quizá a los votantes de esos países como seres estúpidos. Tan estúpidos como para rechazar "la oportunidad histórica para su futuro" que se les ofrecía a los macedonios con la entrada en la OTAN y en la UE.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK