Tras la tragedia de Fukushima, que estremeció al país en marzo de 2011, las autoridades japonesas tomaron la decisión de reducir el número de plantas nucleares en el país. Para 2015, se redujo hasta un 0,9%, recordó el colaborador de Sputnik Serguéi Savchuk.
Sin embargo, esta reducción forzosa llevó a una crisis profunda en el ámbito de la energía. Esta medida implicaba que un cuarto de su población perdería acceso a la electricidad, algo que el Gobierno japonés jamás aceptaría. Así, Tokio efectuó un giro hacia el uso de los fósiles, en este caso, del gas natural y el carbón.
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Sumado a esto, Tokio va poniendo en marcha nuevas centrales termoeléctricas de carbón, señala el autor. El país tiene previsto construir 36 plantas de este tipo en los próximos diez años e incrementar el uso del carbón hasta el 26% para 2030, después de tener planes de bajar su consumo hasta un 10% en 2011.
Esta decisión de las autoridades niponas provocó una verdadera 'indignación' por parte de los partidarios de las energías sostenibles:
"Un país tan avanzado y progresista vuelve a quemar el desagradable y sucio carbón. Y ¿qué pasa con luchar por el medio ambiente, la desnuclearización y el uso de las fuentes 'verdes' de energía?", ironiza el autor.
Pero Japón no tiene otra alternativa: entre una decisión racional y justificada de contrarrestar la crisis energética o dejar enfriar a su pueblo y cerrar las plantas industriales, Tokio optó por aumentar la generación de electricidad con fuentes fósiles.
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Los socios extranjeros, tan prominentes a la hora de criticar la generación 'sucia', "apenas ofrecieron alguna otra solución práctica para el problema", concluyó el autor.