El 2 de agosto The Guardian publicó un artículo firmado por Nick Hopkins titulado 'Encuentran una presunta espía rusa trabajando en la Embajada de Estados Unidos en Moscú'. Según este material, una ciudadana rusa supuestamente espió al Servicio Secreto de EEUU encargado de la contrainteligencia rusa mientras era empleada de la Embajada norteamericana en la capital rusa.
La fuente anónima afirmó al periódico que la Oficina de Seguridad Regional (RSO, por sus siglas en inglés) alertó de las acciones sospechosas de la ciudadana rusa a principios de 2017, pero el Servicio Secreto no consideró necesario iniciar una investigación. Lo que sí hizo la agencia fue despedir discretamente a la mujer meses después de la advertencia de la RSO, posiblemente para evitar el posible ridículo en caso de que, realmente, fuera una espía.
"El Servicio Secreto está tratando de ocultar una brecha con su despido. El daño ya estaba hecho, pero los responsables del Servicio Secreto no llevaron a cabo ninguna investigación interna para evaluar los daños y ver si (ella) reclutó a otros empleados para obtener más información", afirmó la fuente citada por el medio británico.
Según una declaración del Servicio Secreto de EEUU, sin embargo, "el artículo está elaborado con informaciones irresponsables e inexactas basadas en afirmaciones de fuentes 'anónimas'". La agencia reconoció que todos los extranjeros que prestan servicios en la misión diplomática estadounidense pueden estar "sujetos a la influencia de la inteligencia extranjera", especialmente en Rusia.
"Por lo tanto, todos los ciudadanos extranjeros son tratados de manera que se garantice que los intereses del Servicio Secreto de EEUU y del Gobierno de Estados Unidos estén protegidos en todo momento. Como resultado, sus deberes se limitan a la traducción, interpretación, guía cultural, comunicación y apoyo administrativo", detalló el documento.
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