— ¿Cómo anda don Eduardo?
— Acá andamos, todavía no me muero.
Los ojos azules de don Eduardo miran con la intensidad del que espera la llegada de alguien que nunca va a aparecer. Supera los 70 años y hace años que vive en las inmediaciones del exmercado del Abasto, hoy un inmenso centro comercial, en la intemperie, refugiándose de la lluvia y el viento en el acceso de un Automac.
Eduardo es una de las miles de personas que viven en las calles de Buenos Aires y que, en este invierno lluvioso y de temperaturas menores de los 10 grados centígrados, sobreviven día a día, noche a noche una realidad que no siempre tiene explicación.
A mediados de 2017, más de 40 organizaciones realizaron el Primer Censo Popular de Personas en Situación de Calle, que arrojó un número cuatro veces mayor a las registradas por el Gobierno y con estadísticas alarmantes: 23% de los encuestados aseguró que el año anterior no se encontraban desahuciados.
Aunque es cierto que un número importante de las personas sin techo ahora ya no pueden usar las principales plazas y parques públicos como refugio debido a que hoy la mayoría se encuentran cercados, se ha multiplicado considerablemente en los últimos años la visibilización de gente durmiendo en portales de edificios, callejones, veredas y bajo las precarias coberturas que ofrecen las ochavas de las esquinas porteñas.
Carlos Alberto Orrego, "Charly", vive en la esquina de Yatay y Rocamora. Dice tener 59 años y haber nacido en Posadas, provincia de Misiones; su acento lo delata. Mientras toma una sopa instantánea con bizcochos de grasa que le ofrecieron los voluntarios, cuenta historias entre risas como que trabaja tres días a la semana en una panadería o, algunas más difíciles de creer, como que pasó 14 años preso por haber decapitado con un machete a un vecino que le faltó el respeto a su mujer.
Como muchas de las personas en situación de calle, "Charly" se resiste a acudir a los hogares, comedores y refugios que ofrece el programa Buenos Aires Presente (BAP), entre otros. Estos espacios se llenan rápidamente y les exigen deshacerse de las pocas pertenencias con las que cargan.
Mientras cuenta sus cuentos increíbles, le preguntan a "Charly" por qué no trata de conseguir un subsidio del Estado o, por lo menos en estas noches de frío, dormir en un refugio para poder darse una ducha caliente y dormir cómodo. Él mira a su alrededor, los dos sofás destartalados y el colchón sobre el que está acostado, y dice sonriendo: "Tengo mi casita, está en venta, pero nadie la quiere comprar".