Este es mi horror vivido
El 18 de abril comenzaron los primeros ataques cibernéticos —a través de las redes sociales— proferidos a mí y a quienes piensan como yo por parte de detractores del Gobierno: ofensas públicas, amenazas, racismo. Así comenzó el asedio a quienes defendían desde su formación personal al pueblo representado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y al Gobierno encabezado por el presidente Daniel Ortega.
Luego llegaron amenazas a la integridad física a través de la persecución con motorizados, que grababan y enviaban videos investigando dónde vivían los líderes que defendían al Gobierno.

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Lloré, me traumé, porque quienes hacían eso eran grupos delincuenciales. Lanzaban morteros a todo aquel que deseaba pasar, y yo no podía hacer nada, la policía estaba acuartelada por una de las demandas de los manifestantes.
Toda esa noche quemaron llantas, lanzaban bombas morteros a quienes querían pasar, hasta un padre con su hijo le lanzaron un mortero que casi reventó en la cara del niño. En la madrugada logramos escapar de ese lugar.
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Entre mis pertenencias todo fue quemado. Lo que más dolor causó fue la quema de mi pasaporte, con mi visa que usaría para participar en un evento que significaba mucho para mí, viaje que desgraciadamente perdí porque el reemplazo de mi visa no llego a mi país a tiempo.
En el transcurso del tiempo todo empeoró. Quedé sin pertenencias, ni nada, solo esperando que un milagro acabara con la situación. El sistema de manifestación de quienes se oponían al Gobierno se tornó oscuro: la violencia fue en ascenso. Yo comía una vez al día, a veces del todo no comía, en las noches tampoco podía dormir, estuve tiempo sin publicar nada en las redes sociales por miedo a más represalias.
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Recuerdo no haber dormido en varias noches, sentía morir lento, no podía llorar, deseaba no vivir eso, pensaba amargamente en las personas como niños, ancianos, embarazadas. Estaban atrapados en las barricadas, todos eran presos y todos debían pensar igual, de lo contrario ya se imaginarán lo que les ocurriría. Por eso decidí irme a otro lugar.
Cuando cargué fuerzas, huí de ese sitio con barricadas ubicadas a 20 metros de distancia, resguardadas por encapuchados, quienes se alimentaban bien con los víveres proveídos por financiamiento de países foráneos, mientras otras personas como yo estaban con amplios días de hambre y miedo, apresados en ese territorio.
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Tome fuerzas, 4:40 de la mañana. Salí rápido, las barricadas estaban poco supervisadas porque sus vigilantes estaban ebrios, drogados, algunos con resaca. Yo iba tomando fotos para recordar y mostrar al mundo lo ocurrido.
Al pasar por una de las barricadas tres encapuchados me dijeron '¡Desbloqueá ese teléfono, pasámelo!', y yo con los nervios le respondí '¡Solo estoy tomándome selfies!'. Con vulgaridad y brutalidad querían despojarme de mi teléfono, querían revisar mis fotos, mis redes sociales, y también mi maleta pequeña, que llevaba cargando por más de 20 kilómetros.
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Yo estaba helado, no sabía qué hacer, a lo lejos pude escuchar una voz que dijo '¡Que les pasa con ese chavalo!', y cuando vi era un ex colega de trabajo, quien se acercó y al que también amenazaron.
Me obligaron con un arma apuntándome a la cabeza, a borrar las fotos que tomé —algunas de ellas se habían salvado porque las había enviado—. Temía por mi vida, porque yo sabía que cuando revisaban celulares de las personas y eran sandinistas, los llevaban a un lugar y ahí los torturaban pintándolos en azul y blanco, les disparaban morteros, los golpeaban con alambres de púa, con hierro. Los amarraban en los postes, los rapaban, y a muchos hasta se los desaparecía.

Ese día caminé más de 20 kilómetros, fue lo más horrible. Pase cuatro días en otro destino cargando lo poco que me quedaba intentando recuperar mi visa y pasaporte, sin comer, sin bañarme. Llegué luego a un destino nuevo, un lugar en el que mis amistades me ofrecieron en solidaridad ante lo ocurrido. Me dieron aliento.
Al fin y al cabo, perdí mi viaje, perdí muchas cosas, pero tengo la esperanza de que el mundo pueda enterarse que en Nicaragua no solo mis derechos fueron arrastrados, pisoteados, sino los de muchos que hoy callan. Fueron asesinados. Ellos no pudieron alzar su voz. Por ello creo necesario que sepan que muchos nicaragüenses vivimos los últimos tres meses del peor tipo de violencia y terrorismo. El pueblo entero prisionero en su tierra.
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Deseo ver mi patria amada como lo era antes del 18 de abril. Era una nación de paz, prosperidad, desarrollo, turismo, aunque será difícil, esos recuerdos me queman el alma. La impotencia no deja que me mueva hacia adelante, esa vivencia está ahí palpitante, y bien presente en mi mente. Ahí está el dolor de muchos que hoy no respiran, quienes fueron víctimas de un plan de horror promovido desde el extranjero.
Por Óscar Smith Martínez