"Ciertos sectores no encuentran una explicación clara y piensan que se trata de electores muy radicalizados, pero no es verdad, no se trata de una masa homogénea", la que se manifiesta a favor de Bolsonaro, explicó la docente de la Universidad Federal de Sao Paulo.
Bolsonaro, militar en la reserva y candidato presidencial por el Partido Social Liberal es el favorito en todas las encuestas de cara a las elecciones de octubre de no presentarse el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011).
El diputado no disimula sus ideas racistas, machistas y homófobas, y a pesar de ello, o quizá gracias a ello, es el favorito para 16,7% de los brasileños, según una encuesta de Confederación Nacional del Transporte divulgada esta semana.
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El diputado está muy por detrás de Lula, que tiene 32,4% de las intenciones de voto, pero el líder de la izquierda cumple una condena de 12 años y un mes de cárcel por corrupción y es poco probable que pueda presentarse a los comicios, dado que la ley brasileña impide que candidatos con condenas en segunda instancia compitan para la presidencia.
Su suerte la decidirá la justicia electoral a partir del mes de agosto.
Demócratas ambivalentes
Para la socióloga, las crisis generan "demócratas ambivalentes" que cuando perciben algún fallo en el sistema están dispuestos a apoyar regímenes totalitarios, explicó, en referencia a que parte de los que apoyan a Bolsonaro defienden que los militares tomen el Gobierno en Brasil.
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El fortalecimiento de la extrema derecha también es resultado de una nostalgia de un pasado que era "más ordenado, más fácil de procesar", y donde esas personas que ahora están dispuestas a votarle se sentían "más seguras".
"Mucha gente se siente amenazada por la lucha feminista, por el movimiento negro, por el movimiento LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales), sienten que el "status quo" está amenazado y que Bolsonaro es la única posibilidad de restaurar la jerarquía social, de traer los valores de vuelta", apunta la profesora.
Para Solano tampoco hay que ignorar el discurso del miedo, que caló con fuerza en un país que registra 60.000 homicidios por año y que se siente huérfano de políticas de seguridad pública efectivas.
Frente a ello, Bolsonaro promete mano dura: armar a toda la población y endurecer las penas, y hace suya la frase popular que dice que "el buen bandido es el que está muerto".
Puede tratarse de un discurso radical, pero es un discurso al fin y al cabo, apunta la profesora.
"La izquierda debería hacer autocrítica, porque dejó en manos de la derecha el ejercicio de proponer medidas se seguridad pública", destacó.
La popularidad de Bolsonaro
Otro punto fuerte de Bolsonaro es haber sabido explotar el discurso de la meritocracia (suele criticar a los pobres que viven a costa del Estado), porque conectó con la nueva clase media que se formó durante los años de gobierno del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó Brasil entre 2003 y 2016 y que ahora rechaza identificarse como pobre.
Para su estudio Solano entrevistó a 25 adultos, pero también a dos grupos de 40 jóvenes de institutos de Sao Paulo, a los que les gusta Bolsonaro porque en parte habla su mismo lenguaje: memes, videos dinámicos en el sitio web de videos Youtube y posts ingeniosos en la red social Facebook son la herramienta perfecta para "banalizar el odio y difundir como leve un contenido pesado", opina la profesora.
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Bolsonaro es toda una potencia en las redes sociales (tiene 5,3 millones de seguidores en Facebook, muy por delante de los 3,4 millones de Lula, por ejemplo) y además sabe explotar la idea de "la payasada, lo ridículo", porque así, según Solano, las personas no identifican su discurso de odio.
El candidato le dijo a una diputada del PT que "no merecía" ser violada, aseguró que prefiere un hijo muerto a un hijo gay, que los "quilombolas (descendientes de esclavos) "no sirven ni para procrear" y que uno de sus hijos jamás tendría una novia negra, porque los educó bien.
Para sus electores (entre los que indudablemente habrá mujeres, negros y homosexuales) todo esto no es más que exabruptos, provocaciones de un personaje irreverente, diferente a los políticos tradicionales, apunta Solano, que hace un llamamiento a no menospreciar el fenómeno ni a sus electores, un error estratégico que el campo progresista debería empezar a corregir.