La leyenda viviente
En el pequeño pueblo de Betijoque, Venezuela, existen pocos que no conozcan su nombre. Una calle ha sido bautizada para reconocer su labor como una de las más importantes artistas plásticas del país.
Llegamos en vehículo desde la capital del estado de Trujillo, un estado andino del país suramericano. "Estamos buscando la casa de Rafaela Baroni", le reconocemos a un vendedor ambulante de helados, que agradeció nuestra compra con información precisa sobre la ubicación de la cultora.
Las coordenadas hechas a base de gestos aéreos, nos llevaron hasta el umbral que separa el territorio de los mortales del Paraíso de Aleafar, el santuario desde donde Baroni hablaría con Sputnik, sobre su vida, sus muertes, su relación con Chávez y sus percepciones de la humanidad y el futuro.
Rafaela se encuentra barriendo el patio, vestida con un colorido vestido que hace juego con el lugar. Adonde se mire, el visitante va a tropezar con esculturas, tallas de madera, árboles cuyos troncos albergan rostros de ángeles y vírgenes. Baroni deja su quehacer doméstico para recibirnos con la calma y entrenamiento de quien está acostumbrada a la atención pública. Nos invita a pasar a su casa y allí, rodeada de sus recuerdos, comienza el viaje al pasado.
Su primera muerte
Mientras en Europa concluía la segunda guerra mundial. Rafaela Baroni, con apenas 11 años, moría en los páramos andinos.
Nos ofrece su versión de la historia, mientras sus ojos se pierden en la contemplación de algo que nosotros no podemos percibir.
"En las dos veces que me ha tocado morir uno oye y ve", relata Baroni mientras recuerda que fue su mamá quien se dio cuenta de que no mostraba los signos asociados a la vida. La trasladaron hasta el ambulatorio más cercano, solo para escuchar el lúgubre veredicto del médico: "Está muerta".
Despertó unos momentos antes de ser enterrada, solo para comenzar a cimentar lo que en toda la región se conoce como 'El milagro de Rafaela'.
Descubrió desde temprano su vocación artística. Ayudaba a su madre en la creación de piezas de anime que se vendían para adornar pesebres y las casas. Sin embargo, confiesa que esa primera experiencia con la muerte, le dio un impulso inusitado para ayudar al prójimo, para desarrollar el amor a la humanidad: "Allí comencé a desarrollar el deseo de ser médico, partera", apunta.
Salta de un tema a otro, con soltura para llenarnos de detalles significativos de su infancia.
Fue así que nos enteramos de que aún de niña y desoyendo la advertencia materna, vistió a una vecina que había muerto a causa de la lepra. Dice que nadie quería tocarla, hasta que ella la vistió para su entierro y la metió en el ataúd.
A partir de allí, sumó un oficio más a su vida: El de "preparar a los muertos" para darles sepultura.
La segunda muerte
Rafaela Baroni abandonó a su primer esposo y se fue a vivir a Boconó, donde se dedicó a la enfermería y además conoció a quien sería el amor de su vida, Rogelio Albornoz.
Las circunstancias son relatadas por la propia Baroni, en el corto documental 'La mujer del encanto' de Beatriz Lara. El cual constituye un raro y valioso archivo histórico sobre la vida de esta gran artista venezolana.
Esta vez se ha parado de su asiento para mostrarnos algunas fotos de la época. Dice que fue este segundo encuentro con la muerte, el que definió su posterior oficio de escultora.
Era el año 1968 y el mundo estallaba en revoluciones. Mientras el movimiento estudiantil tomaba Francia y Ho Chi Ming le daba vuelta a la guerra de Vietnam, Rafaela Baroni moría por segunda vez, a la edad de 33 años.
"Me llevaron al hospital y allí pasé 19 días en coma, luego me dieron por muerta. Cuando sacaron la urna para llevarla a la iglesia, yo iba caminando muy cerca. Luego fuimos al cementerio y cuando ya me iban a enterrar alguien dijo que no me podían enterrar porque los papeles se habían quedado en Boconó y sin eso no podían enterrarme. Entonces me llevaron a la morgue y allí me tiraron al piso y se dieron cuenta de que mi cuerpo se movía. Allí gritaron: "No, la señora no está muerta".
Al volver de nuevo de entre los muertos, Rafaela es diagnosticada con catalepsia, una enfermedad que en los diccionarios médicos se asocia con la catatonia y que consiste en "que la persona yace inmóvil, en aparente muerte y sin signos vitales, cuando en realidad se halla en un estado consciente".
En ambos casos, Rafaela recuerda haber estado rodeada de ángeles y de ver "un paraíso, lleno de árboles" que fue la inspiración para construir el lugar en el que nos encontramos entrevistándola.
Recorremos las caminerías y podemos atestiguar que no existe un centímetro de aquel lugar que no esté tocado por el talento de Baroni. Los motivos religiosos abundan, al igual que los loros, "que sintió llevaba dentro de su cuerpo" cuando murió de niña.
De la ceguera a la iluminación
De la segunda experiencia no se pudo recuperar por completo. Pasó 5 meses sin hablar y con la amenaza de que podría repetirse un episodio similar. En 1972, luego de haber sobrevivido a un accidente de tránsito, sufre un desprendimiento de retina y es llevada al Hospital Psiquiátrico de Caracas, donde permanece internada siete meses.
Rafaela aprovecha para apuntar una de las imágenes que adorna su patio "Fue ella. La Virgen del Espejo, fue quien se me apareció en los sueños". El relato es majestuoso y me recuerda a un poema de Coleridge. Así se lo hago saber. Baroni sonríe y me pide que lo recite: "¿Y si durmieras? / ¿Y si en tu sueño, soñaras? / ¿Y si soñaras que ibas al cielo y allí recogías una extraña y hermosa flor? / ¿Y si cuando despertaras tuvieras la flor en tu mano? / ¿Ah, entonces qué?"
Se detiene a pensar en mis palabras, como si deseara agregar algo. Sin embargo, contrario a su carácter, hace silencio y continúa el recorrido por el Paraíso de Aleafar. Recuerda que como agradecimiento a la virgen comenzó a tallar la madera. Su obra está consagrada a esta figura religiosa. Pero no se circunscribe a una sola manifestación artística. Se ha dedicado a recrear su muerte en constantes 'performances', a escribir poesía, canciones.
Habíamos escuchado que sus experiencias casi místicas, le habían convertido en una figura asociada a grandes poderes curativos, pero no tuvimos necesidad de interrogarla al respecto.
En el instante en que la entrevistábamos una familia llega con un niño de quien dicen que "tiene algo que no conocen los médicos".
Rafaela pone su mano en la cabeza del niño y les pide que aguarden mientras termina de "atender a los rusos". Al parecer, lo que hará con el infante está velado para nuestra curiosidad periodística. No obstante, mientras ve al niño alejarse recuerda que:
"Una vez me trajeron una niña que estaba muerta y los papás estaban dando gritos. Les dije que les iba a hacer la oración de la buena muerte. Cuando iba por la tercera oración la niña despertó".
Estas facultades la han convertido en una especie de chaman. Gentes de todas partes de Venezuela se acercan hasta su residencia para tratarse alguna dolencia que escape a la experticia de la ciencia moderna.
Sobre Chávez
De nuevo, dentro de su casa, una fotografía hizo inevitable hablar del presidente Chávez. "Yo lo conocí en Barinas, cuando él era un niño que estaba vendiendo cocadas, muy humilde, muy sencillo" nos dice.
Confirma que pudo hablar con él en numerosas oportunidades, antes y después de ser elegido presidente de la República.
En la campaña de 1997 se encontró al entonces candidato Hugo Chávez en el Ateneo de Valera. Luego de conversar con él algunos unos minutos, Rafaela hace una particular solicitud "voy a tomar tus manos y cerraré los ojos para ver que hay en ti", le dice.
"Cuando cerré los ojos, vi todo lo que le iba a pasar a Chávez. Le dije: presidente tú no necesitas buscar votos. Tienes que cuidarte porque te viene algo muy bravo".
Nos informa que el presidente Chávez le había entregado una carta donde autorizaba que Rafaela pudiese ser enterrada en la casa que actualmente habita. Sin embargo, en el año 2015, un grupo armado entró a su residencia, y además de golpearla, se llevaron muchos objetos de valor, entre ellos, el permiso concedido por Chávez. Le pide al presidente Nicolás Maduro, que llegado el momento, le ayude a cumplir su última voluntad: reposar en la cripta que ella misma ha preparado en el Paraíso de Aleafar.
¿Le temes a la muerte?, preguntamos sin cortapisas. "No, yo creo que no hay quien quiera tanto la muerte como yo. La espero todos los días". Y sin dar espacio a mi reacción, me pregunta si quiero escuchar la oración que reza cada día en espera de la 'buena muerte'. Mi sonrisa es suficiente respuesta:
"Llegará el día en que se cierren mis ojos, que aún están abiertos, taparán mi cara con un blanco lienzo, me vestirán de azul como yo quiero (…) Volará mi alma no sé si al cielo o al infierno. Donde Dios me tenga reservado mi puesto, pero ya es algo que explicar no puedo. Que aquí quedará mi cuerpo, quizá nos infunde repugnancia y duelo. Ay, Dios mío, Dios, mío…al dejar tan tristes y tan solo los muertos".
Cuando culmina la entrevista, nos despide con un abrazo y se retira a ver al niño que la espera. Al cruzar el umbral de su mundo, y el nuestro, no puedo evitar pensar en su poema y en que quizá todos los que la conocen se llevan este mismo sentimiento, la incertidumbre de si la volverán a ver o por el contrario se les adelantará el mayor y más profundo de los vacíos, la muerte, quizá la última de ellas.