A la mayoría de los objetos que son visibles desde la Tierra los vemos en su estado reciente o en el estado en el que se encontraban en un pasado remoto.
Por ejemplo, la luz solar tarda cerca de ocho minutos en llegar a la Tierra, el resplandor de las galaxias lejanas, por su parte, puede tardar decenas o centenares de millones de años en alcanzarnos. Por la misma razón los habitantes de la Tierra pueden ver objetos espaciales que en realidad dejaron de existir hace mucho tiempo.
Uno de los ejemplos de este fenómeno es la galaxia NGC 3972, vecina de la Vía Láctea. Esta se encuentra en la constelación de la Osa Mayor, a una distancia de 65 millones de años luz de la nuestra.
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Esta es una distancia relativamente pequeña en la escala espacial. Sin embargo, desde la perspectiva de los habitantes de la Tierra, dicha distancia es enorme. La luz de la NGC 3972 que actualmente llega hasta nuestro planeta fue irradiada por esta galaxia en la época en la que la Tierra todavía estaba habitada por dinosaurios.
Los científicos lograron descubrir la distancia que separa a la NGC 3972 de la Vía Láctea en 2011, a raíz del estallido de una supernova en sus cercanías.
En la actualidad esta constelación es un componente importante de la 'escalera de distancias cósmicas' usada por los cosmólogos para resolver el mayor enigma del universo: la velocidad a la que se expande.
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