Nada más conocerse los resultados de los comicios celebrados el pasado 24 de septiembre, todo el mundo se dio cuenta de la complicada situación que iba a atravesar Alemania.
Aquello era algo así como mezclar agua y aceite.
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Lo más plausible parece un gobierno de Merkel en minoría en el que los socialdemócratas apoyarían el presupuesto federal, exigiendo a cambio inversiones públicas en infraestructuras y aumento en las pensiones.
Pero no será esa una tarea nada fácil pues la idea de la Gran Coalición no agrada nada a las bases.
"El SPD solo debería abrirse a otra coalición con Merkel si quiere suicidarse. Lo hemos intentado dos veces, y cada vez terminamos con la cara en el barro", dijo Marco Bülow, diputado socialdemócrata por la circunscripción de Dortmund.
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Si el presidente Steinmeier optara por disolver el Bundestag, las nuevas elecciones deberían celebrarse en un plazo máximo de 60 días. Como pronto, el próximo febrero. Para entonces Alemania llevaría medio año inactiva y ciertamente limitada.
No son buenos momentos para la adusta canciller. Debilitada por la falta de entendimiento con liberales y ecologistas, ahora tendrá que hacer concesiones a los socialdemócratas, quienes tampoco salen bien librados de este lance porque se han desdicho de sus palabras. Todos pierden.
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Merkel no está acabada. Su pragmatismo a prueba de bombas la puede salvar de esta delicada crisis. El partido ha cerrado filas alrededor de ella, consciente de la gravedad del bloqueo. Sin embargo, esta incómoda tesitura va a servir de pretexto para abrir el melón de su sucesión.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK