La ciencia ficción soviética fue, sin embargo, la hija díscola del realismo socialista. No se le echó de la casa, pero muy poco se hablaba de ella a pesar de su notable florecimiento, quizás porque los retos del presente convertían en desvaríos impertinentes la invención de universos paralelos y mundos remotos. "El comunismo es el poder más la electrificación de todo el país", dijo Lenin; y si el realismo literario soviético fue espejo de las disciplinas y rigores del poder, la ciencia ficción fue espejo de las osadías que supusieron quimeras como desplegar las bondades de la electricidad en una geografía de 22.402.200 kilómetros cuadrados de extensión, la sexta parte de la superficie terrestre de esta esfera errante en que vivimos.
Tan soñador como Lenin resultó Iván Antónovich Yefrémov (1908-1972), un paleontólogo de profesión y escritor por vocación, quien en 1957 escribió 'La nebulosa de Andrómeda', novela de ciencia ficción ambientada en un futuro distante y desarrollado en el que sus habitantes han resuelto todas las paradojas matemáticas, conocen al derecho y al revés los enigmas biológicos de la vida, y les resultan ajenas las preocupaciones mundanas que desasosiegan al ser humano de hoy. Lo que no le perdonaron los comisarios culturales de su época a Yefrémov —trasliterado Efrémov en las traducciones al español de sus libros— fue que en ese mundo perfecto hayan caído en el olvido los nombres de figuras notables de la historia de la Humanidad, incluidos Marx y Lenin. Hasta entonces sobre la ciencia ficción soviética se cernía el espíritu del estalinismo y las utopías futuristas apenas sí tenían lugar o, en cualquier caso, sus tramas se desarrollaban en futuros muy cercanos.
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Beliáyev, que no eludió su actualidad; Yefrémov, que se proyectó al futuro; y los hermanos Strugatski, que cuestionaron transversalmente su momento desde otras realidades temporales, evidencian tres instantes modélicos de la ciencia ficción del país parido por la Revolución de Octubre: la que recreó la realidad tal como es, la que propuso cómo debiera ser, y la que cuestionó desde la alteridad —no la oposición— las inconsistencias de su presente, ese que terminó por derrumbarse por el peso de sus propias contradicciones ante los ojos atónitos de medio mundo, un desenlace que ni el más imaginativo autor de ciencia ficción del planeta hubiese vaticinado jamás.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK