Ariel ofrece casas espaciosas y a buen precio que han atraído a judíos motivados por razones nacionalistas o religiosas pero también a numerosos inmigrantes no judíos, mayoritariamente rusos, que conforman el 25% de su población. Ariel, donde viven más de 20.000 personas, tiene una universidad y escuelas de calidad, cines, centros comerciales y modernas instalaciones deportivas.
"Creo firmemente que esto es Israel", dice, a modo de bienvenida, Avi Zimmerman, judío estadounidense de 40 años.
Ariel se sitúa del otro lado del muro de separación construido por Israel desde 2004 en torno a Cisjordania y 20 km más allá de las fronteras de 1967, pero forma parte de las colonias a las que Israel jamás renunciaría y han sido incluidas en futuros planes de anexión.
Su discurso es firme, estudiado y convincente. No entra en polémica y evita preguntas molestas. Sólo parece enojarse cuando sale a relucir el movimiento internacional BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), que insta al boicot político, económico y cultural contra los asentamientos israelíes, sus habitantes y sus productos.
"¿Qué hay artistas que no quieren actuar en Ariel? Por cada uno que se niega tenemos dos que quieren venir. El boicot nos ha dado una gran publicidad", afirma, desafiante.
En junio de 1967 Israel ganaba la Guerra de los Seis Días y se hacía con el control de Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza. Comenzaba una ocupación de los territorios palestinos que perdura hasta hoy pese a que la comunidad internacional jamás ha reconocido la soberanía de Israel sobre estas tierras. Cincuenta años después, más de 150 colonias se extienden por Cisjordania y Jerusalén Este. En ellas viven ya más de 600.000 israelíes entre casi tres millones de palestinos.
El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha manifestado recientemente su deseo de seguir expandiendo estos asentamientos y los ha denominado públicamente "parte de Israel".
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Pero Neve Erez, donde viven unas 25 familias, es lo que en Israel se llama un "outpost", una colonia establecida en tierra palestina sin ningún permiso del gobierno israelí. Una implantación doblemente ilegal: a ojos del derecho internacional, que cree que todas las colonias sin excepción son ilegales, y del propio gobierno israelí, que no ha otorgado a estos asentamientos los permisos necesarios.
"Creo que este es el hogar del pueblo judío, es nuestro lugar. Y si este lugar sigue siendo ilegal es debido a la presión internacional. El gobierno se ve sometido a críticas y no sigue construyendo", lamenta Cohen.
Las razones que llevan a una familia a instalarse en Cisjordania son en gran medida religiosas, el sentimiento de estar donde Dios quiso que el pueblo judío estuviera, pero también políticas y hasta financieras.
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"Quería vivir en Jerusalén pero es demasiado caro para mí porque tengo ocho hijos. Llegue a este lugar y me gustó el sitio porque viven muchas familias judías religiosas como nosotros. No me hice más preguntas y no me supone ningún problema estar aquí porque diga lo que diga la ONU esto es Israel", afirma.
Cuando se les recuerda que numerosas voces en la comunidad internacional califican a estos asentamientos como el mayor obstáculo para la paz entre israelíes y palestinos, el discurso de estos colonos se radicaliza.
"No somos obstáculo para nada. Este no es un conflicto de fronteras, es religioso y es anterior a la guerra de 1967", asevera Cohen.
Y si mañana se llegara a un acuerdo para la creación de un Estado palestino en estas tierras, ¿qué pasaría con estos asentamientos y sus habitantes? La pregunta provoca un tenso silencio en la conversación con estos colonos.
"Llegado el caso, obedecería al gobierno israelí. Y si hay que irse, me marcharía, aunque no creo que mis ojos vean ese día", dice Goldzweig.