Los comicios van camino de ser históricos especialmente porque supondrán la entrada, por primera vez en el Bundestag, del grupo ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Los últimos sondeos le dan entre el 8% y el 12% de los sufragios, más que suficiente para superar la barrera del 5% que marca la ley para evitar que se atomice el hemiciclo.
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Incluso podrían convertirse en la tercera fuerza por detrás de democristianos (CDU) y de socialdemócratas (SPD). Esta ecuación dependerá, en cualquiera caso, de los resultados que obtenga una cuarta formación política en liza, los liberales del FDP, capitaneados por Christian Lindner, quienes sueñan con regresar al Parlamento federal después de su sonada derrota en 2013.
La organización xenófoba y euroescéptica enfocó su campaña en captar simpatizantes en el caladero de los indecisos, un 40% del electorado, repitiendo como un mantra el mensaje de guerra al islam, deportación para las personas sin papeles y menos préstamos a Grecia. El objetivo no ha sido otro sino movilizar a los ciudadanos descontentos que hasta ahora preferían no salir de casa y abstenerse de votar.
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El mero hecho de la presencia de la AfD en la Cámara Baja legislativa supondrá un cambio muy importante en el paisaje político alemán. Con la legitimidad que les otorgarán sus escaños, que podrían llegar a ser 60, Weidel y Gauland ejercerán mucha presión sobre Merkel en temas como la política de refugiados y su integración en la sociedad.
Schulz llegó desde Estrasburgo/Bruselas con un aire de frescura, pero ha terminado convertido en un bluf. Su prestigio ha quedado falto de fundamento y finalmente se ha desinflado. Los sondeos demoscópicos son implacables con él y le auguran un pronóstico entre malo y muy malo, entre el 23% y el 20%. Las derrotas cosechadas por el SPD a lo largo de este año en los duelos regionales celebrados en tres estados federados, Sarre, Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia, sólo fueron el presagio de un fracaso anunciado.
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El dilema al que se enfrenta Schulz se presenta muy complicado porque no parece dispuesto a ser el fiel escudero internacional de Merkel, pero comprende que, si no hay una coalición estable, no habrá más remedio que repetir las elecciones y eso podría representar un castigo aún más severo para su grupo.
Merkel, sin embargo, parece incombustible; ha conseguido imponerse a tres candidatos socialdemócratas desde 2005. Venció a Gerhard Schröder aquel año, a Frank-Walter Steinmeier en 2009 y a Peer Steinbrück en 2013. Si renueva su cuarto mandato consecutivo, terminará por superar en longevidad política al legendario Konrad Adenauer, quien se mantuvo en el poder 14 años ininterrumpidos.
La cuestión es qué significará todo esto para el resto de la Unión Europea. La verdad es que, sea cual sea el resultado exacto de los comicios, habrá pocas diferencias. Casi ninguna. En parte, porque cualquier partido que se integre en la coalición lo hará en calidad de socio minoritario, con una influencia limitada sobre el sentido global de la política merkeliana.
"Pero otro motivo es el extraordinario consenso existente en la franja central de la política alemana. Aunque los cuatro partidos que podrían entrar en el Gobierno tienen sus diferencias, son sobre todo cuestiones de detalle y de matiz. Y el consenso es especialmente sólido en lo que respecta a Europa", opina Hans Kundnani, investigador del 'think tank' Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).
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Si los liberales se integran en una alianza con los democristianos, es posible que presionen a Merkel para que endurezca su posición con respecto a las políticas para la eurozona, o que ella los utilice como excusa para endurecerla. En concreto, Lindner ha pedido públicamente que se dé a Grecia "la oportunidad de empezar de nuevo sin el euro", es decir, que se le expulse de la moneda común, como ya propuso el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, en julio de 2015. Incluso en el caso de que Lindner sustituya a Schäuble en lugar de ser ministro de Exteriores —puesto que suele ocupar el líder del socio minoritario en la coalición—, la dinámica entre Merkel y el ministro de Finanzas será muy similar a la que ha habido en los últimos cuatro años. Es decir, pocos experimentos.
En resumen, muchos se van a sentir decepcionados porque Berlín no va a modificar su política. La confianza del electorado tiene una lectura muy clara: Merkel va a ser reelegida porque la mayoría de los ciudadanos confía en las directrices que ha marcado estos últimos siete años desde el comienzo de la crisis del euro y de la identidad europea. Y eso incluye su política con respecto a la inmigración que inicialmente debilitó su imagen y obviamente su intención de voto. No habrá pues cambio de rumbo. Y Europa bosteza.
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK