Resulta que la señora se había preocupado tanto por dejar arreglado su entierro que llevaba casi veinte años con el ataúd preparado en una habitación de su vivienda.
Josefa quiso tener su ataúd fabricado por alguien de confianza, por lo que acudió a un vecino, Julio Díaz, quien lo fabricó en madera de castaño, árbol tradicional de Galicia.
Pasado un tiempo, la propia dueña comentó sobre su ataúd hasta que acabó siendo un asunto conocido por el vecindario, e incluso encargó unas fotos que repartió entre conocidos y parientes.
Sin embargo, según sus conocidos, el interés en que todo quedase dispuesto para su sepelio no se debía a una obsesión por la muerte; más bien veía los actos fúnebres como un paso natural tras la vida.
En el momento de su fallecimiento, a Josefa le faltaban pocos meses para cumplir los 100 años.