Ahora bien, especialistas de la Universidad de California en Berkeley han descubierto que el olor de la comida influye no solo en el apetito, sino también en la propia digestión de lo consumido y la velocidad con la que se queman las calorías.
Los científicos llegaron a estas conclusiones tras realizar una serie de experimentos con ratones. Los animales fueron divididos en dos grupos. Al primero, los científicos les 'durmieron' las neuronas olfativas, mientras que el segundo estaba compuesto de roedores comunes y con un olfato hipersensible.
Durante tres semanas, a los animales de ambos grupos se les suministraron alimentos con la misma proporción de contenido alto en grasas. Como resultado, el grupo 'sin olfato' aumentó en un 10% su masa en relación con su peso al inicio del experimento, mientras que el grupo con un olfato normal o hipersensible aumentó en un 20% —o más— su peso.
"El aumento de peso refleja no solo la cantidad de calorías que consumimos, sino la cantidad de estas que finalmente son absorbidas", explica Andrew Dillin, autor de la investigación.
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Los resultados obtenidos por los científicos apuntan a un vínculo crucial entre el sistema olfativo y las áreas del cerebro que regulan el metabolismo. Es decir, en ausencia de olor, las calorías obtenidas de los alimentos se queman de manera más activa.