RÍO DE JANEIRO (Sputnik) — Brasil vive el peor momento de su crisis política, con el presidente recientemente denunciado por corrupción, pero las calles no registran grandes protestas, algo que analistas atribuyen a múltiples factores que van desde el cansancio hasta la vergüenza popular por haber contribuido al ascenso de figuras muy corruptas al poder.
"Por un lado veo que hay cierto sentimiento de estafa, de cansancio en la sociedad brasileña; los brasileños están exhaustos de estar en la calle, es un proceso difícil, traumático y es muy raro conseguir mantener manifestaciones de calle durante periodos muy largos y con demandas muy abiertas", explicó a Sputnik el abogado y sociólogo de la Universidad de São Paulo, Renan Quinalha.
Brasil vive desde hace cuatro años una ola de manifestaciones más o menos continua, desde que en junio 2013 unas protestas contra el aumento del precio del transporte público aglutinaran una serie de reivindicaciones contra el costo de la vida en las ciudades, la mala calidad de los servicios públicos y la corrupción, que en un principio fueron transversales y apolíticas.
Esas y otras organizaciones consiguieron sacar a la calle a millones de brasileños para pedir el fin del Gobierno de Rousseff en nombre de la lucha contra la corrupción, pero Quinalha remarca que en realidad el motor de esas manifestaciones no era la corrupción, sino que estaban basadas "en el odio y en la insatisfacción con los Gobierno del PT, de Dilma y de Lula (Luiz Inácio Lula da Silva, 2003-2011)".
"Después de 13 años de gobiernos de izquierda, con sus aciertos y sus errores, las elites tradiciones y sectores de clases medias estaban descontentas (…) las grandes empresas y los medios de comunicación insuflaron el movimiento y se creó un consenso para sacar al PT del poder; cuando el "petismo" sale ya no hay por qué mantener esas manifestaciones enormes en la calle, porque consiguieron lo que querían", argumentó el profesor.
El líder del Gobierno y ocho de sus ministros están formalmente denunciados por delitos de corrupción ante el Tribunal Supremo Federal; la popularidad de Temer está en siete por ciento, el nivel más bajo para un presidente desde 1989, pero él se niega de forma vehemente a dimitir.
"Muchos brasileños han visto que sus supuestos héroes anticorrupción en realidad no lo eran tanto; han visto que son incluso peores que los del anterior Gobierno", asegura Fontes.
Este profesor de historia social recuerda que uno de los que lideraba las masivas protestas anticorrupción durante el Gobierno de Rousseff era el senador Aécio Neves, del conservador Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), recientemente grabado pidiendo dinero irregular a los ejecutivos de la empresa JBS, los mismos que delataron a Temer.
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Esos sectores de la derecha no están masivamente en la calle para pedir la renuncia de Temer, pero desde la izquierda la movilización tampoco está a la altura de la crisis política más grave que vive el país desde la redemocratización, sobre todo teniendo en cuenta que para gran parte de la izquierda el Gobierno de Temer es "golpista" e ilegítimo, observó Fontes.
Los 13 años en el poder y las denuncias de corrupción también desgastaron al PT, que en Brasil tiene prácticamente tiene el monopolio del espectro de la izquierda, indicó.
Un ejemplo de la escasa capacidad de los sectores progresistas, movimientos sociales y la oposición para movilizar a la sociedad contra Temer se dio el pasado viernes, cuando los sindicatos organizaron una huelga general que tuvo un seguimiento mínimo.
Esto se debió en parte a que algunos sindicatos, como Força Sindical, dieron marcha atrás en los días previos y prefirieron calificar la jornada como un día de protestas contra la reforma laboral, sin incentivar un paro masivo; pero otras centrales tradicionalmente más beligerantes contra Temer, como la Central Única de los Trabajadores (CUT), también tuvieron divisiones internas.
"Para todo hay límites, hay un desgaste general y es difícil movilizar a mucha gente con tanta polarización", aseguró Fontes, quien cree que la indignación que siente la gran mayoría de brasileños se canalizará de un modo más diluido a mediano y largo plazo.
El rechazo al Gobierno conservador de Temer no tiene por qué desembocar necesariamente en mejores perspectivas para la izquierda, advierte el profesor.
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En su opinión, existe riesgo de que calen populismos de extrema derecha, en línea con lo sucedido en algunos países de Europa y en Estados Unidos en las últimas elecciones.