Esta conclusión es el resultado de un estudio genético que demuestra que, hacia el año 25000 a.C., una raza conocida por los arqueólogos como el pueblo de Beaker llegó a Gran Bretaña y que todos los rastros genéticos propios de los habitantes que inicialmente ocupaban la zona fueron rápidamente reemplazados por los de los invasores, aunque los trabajos en la construcción de Stonehenge continuaron realizándose.
El pueblo de Beaker creaba adornos muy particulares fabricados en oro y plata y vasijas en forma de campana. El estilo de estos artilugios, propio de este pueblo, se expandió rápidamente por Europa hace unos 4.500 años antes de llegar a Gran Bretaña. Pero cuando llegaron lo hicieron junto con su pueblo, por lo que es posible que no se hubiese tratado de una invasión violenta.
"En Europa fueron las vasijas y demás adornos los que se propagaban por el territorio, pero no su pueblo", explica el investigador Marc Vander Linden a The Guardian.
En otras palabras, sus vasijas y otros artefactos se extendían porque estaban en boga en aquella época, pero no pasó lo mismo en Gran Bretaña. La llegada de estas vasijas a la isla coincidió exactamente con la desaparición total de los habitantes que habían vivido allí desde el principio. Que fuese una invasión violenta todavía no está claro: nunca se han encontrado evidencias de ninguna guerra.
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Los investigadores creen ahora que la costumbre de quemar los cuerpos en aquella época en lugar de enterrarlos haya influido en la desaparición de cualquier vestigio genético, por lo que aseguran que su investigación debe continuar.