Las últimas estadísticas sobre el número de asesinatos perpetrados desde que Peña Nieto se colgó la banda presidencial son tan sobrecogedoras que ponen los pelos de punta.
Si este promedio de 2.000 homicidios al mes se mantiene hasta diciembre del 2018, cuando está previsto que Peña Nieto ceda el poder, entonces su Gobierno será sin duda el más violento en la historia moderna de México, superando incluso los 104.089 muertos de la Presidencia de Felipe Calderón, quien dirigió el destino del país desde 2006 a 2012.
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Esta impunidad, convertida en un círculo vicioso, se extiende a los asesinos de periodistas, ya sean funcionarios públicos o miembros de los carteles de las drogas. Esa tolerancia inmoral les permite silenciar sin consecuencias a quienes se atreven a criticarles en los medios de comunicación. La violencia, según el informe del CPJ, es particularmente aguda en el estado de Veracruz, donde los ataques a la prensa siguieron sin estar lo suficientemente perseguidos durante el periodo del gobernador Javier Duarte de Ochoa.
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Sin embargo, las condenas por el asesinato de periodistas son poco frecuentes y cuando ocurren, como el caso de un exjefe de policía sentenciado a 30 años por matar a un reportero en Oaxaca, se limitan sólo a encerrar a quien apretó el gatillo y no buscan los móviles que hay detrás.
Peña Nieto se está quedando sin tiempo para atajar este problema prioritario. Y su Ejecutivo sigue acosado por varios escándalos de corrupción y por su lamentable defensa de los derechos humanos más elementales, incluida su manifiesta incapacidad para resolver la desaparición forzada de 43 estudiantes ocurrida en 2014 en el poblado de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, un caso que tuvo amplia repercusión mediática internacional.
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México tiene así el triste honor de ser uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el oficio de periodismo, junto con Siria, Somalia y Afganistán, tres Estados inmersos en largas guerras civiles.
El actual jefe del Estado se dirige hacia un fracaso absoluto. Pero, embargado por la ceguera que emana del poder, no parece consciente de sus propias limitaciones. O no quiere reconocerlas en público.
Algunos destacados comentaristas políticos, como el escritor y periodista mexicano Jorge Ramos, quien trabaja como presentador de noticias para el canal estadounidense de televisión en español Univisión, le consideran ya a Peña Nieto, por su mediocridad e ineficacia, uno de los peores presidentes de la historia de México.
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Y en este contexto de crítica —incluso de hartazgo— voces autorizadas como la de Ramos han abierto el debate sobre la idoneidad de discutir cuanto antes una reforma constitucional que contemple recortar el tiempo de mandato del presidente mexicano de los seis años actuales a cinco, o introducir un referéndum revocatorio entre el tercer y cuarto año de gestión, al igual que tienen legalmente estipulado otros países latinoamericanos como Venezuela, Bolivia o Ecuador. El objetivo es que no vuelva a haber otro Peña Nieto o que pueda ser destituido.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK