"Para El Salvador fue un consuelo, era un estímulo para quienes luchaban (…) Para América Latina es una voz que no se ha apagado", dijo Ferreira, integrante del Instituto Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo de Uruguay, quien conoció personalmente al religioso salvadoreño.
Según Ferreira, hijo del destacado político uruguayo Wilson Ferreira Aldunate, el asesinato de Romero fue en cierto modo anunciado, pues un día antes el arzobispo exigió en una homilía en la catedral que cesara la represión del Ejército contra los campesinos.
"El 23 de marzo dice este sermón que termina, literalmente, en "les ruego, les suplico y en el nombre de Dios les ordeno que cese la represión" y termina su homilía con un estallido de aplausos (…) Cuando escuchamos ese sermón, sabíamos que tenía las horas contadas", dijo Ferreira.
Al día siguiente, mientras Romero se dirigía a sus fieles en una pequeña capilla vio a sus verdugos y exclamó "un obispo puede morir, pero la Iglesia no; si muero, resucitaré en el pueblo salvadoreño".
El disparo que le dio muerte lo realizó un francotirador desde un automóvil.
En este aniversario, el presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, anunció esta semana que enviará una carta al papa Francisco solicitando la canonización de Arnulfo Romero, quien ya fue beatificado en 2015.
"Tengo el compromiso de unirme a esa delegación a través de una carta dirigida al Papa, en la cual quiero rescatar ese amor del pueblo salvadoreño a Monseñor Romero", aseguró el mandatario, citado por Prensa Latina.
Ferreira, quien relató su experiencia con el sacerdote en su libro "El exilio y la CNT en tiempos del Plan Cóndor", no recuerda "haber visto una manifestación más impresionante de gente", que la que llegó incluso a pie desde distintos puntos de El Salvador para asistir a la celebración por la beatificación de Romero en 2015.
"Hasta en la ruta se ven carteles que dicen "Por acá pasó San Romero de América"; él formalmente aun no es santo, pero hay más de 100 capillas, parroquias o lugares de oración que ya se llaman así, San Romero de América", concluyó.
La muerte de Romero, de hecho, marcó el inicio abierto de una guerra civil que se extendería hasta 1992 y que dejaría unos 75.000 muertos.
Investigaciones posteriores indicaron que el mayor Roberto d'Aubuisson, creador de los escuadrones de la muerte del régimen, fue el instigador del asesinato de Romero, aunque murió en 1992 sin haber sido imputado.