Los 41 prisioneros son "muy obedientes" y su principal queja "es que el Gobierno de Barack Obama no cerró la prisión", dice el coronel Steve Gabavics, comandante responsable del centro de detención, a un grupo de siete periodistas internacionales que han sido los primeros en visitar Guantánamo una semana después de la asunción de Trump.
"Ellos están como nosotros, esperando a ver qué pasa, pero nadie está extremadamente preocupado (…) ellos entienden, ya sabían que Guantánamo no se iba a cerrar, intentan ver qué traerá el futuro", explica Gabavics.
En enero, el Departamento de Defensa ordenó reanudar las audiencias de los Consejos de Revisión Periódica, conformados por delegados de varios ministerios, agencias de inteligencia y las Fuerzas Armadas, que revisan los casos de los detenidos para ver si están en condiciones de ser liberados.
"Así que aquí no hay nadie que haya perdido toda esperanza", asegura Gabavics.
En ese espacio común hay mesas y bancos de acero adosados al piso, un sillón, un aparato de televisión y un DVD.
Del otro lado del vidrio oscuro se requiere a los periodistas moverse con sigilo para que los detenidos no noten su presencia, no fotografiar sus caras – su identidad como prisioneros de guerra está protegida por las convenciones de Ginebra– y tampoco los rostros de los soldados, que no desean ser identificados por cuestiones de seguridad.
Se trata del Campo 6, construido según un modelo de penitenciaría estadounidense de seguridad media, en el que hoy conviven 26 prisioneros, cinco de ellos con la libertad decretada por el Gobierno de Obama (2009-2017), pero que no llegaron a ser transferidos antes de la asunción de Trump.
Esposas desesperadas
El DVD más requerido por los detenidos es la serie estadounidense "Desperate Housewives" (Esposas desesperadas), informa la suboficial a cargo de la biblioteca de la prisión, que cuenta con más de 1.000 títulos entre libros, revistas, historietas y DVDs.
El contenido de esa biblioteca, que tiene sobre todo volúmenes en inglés y árabe, es resuelto por los comandantes de la prisión tras un proceso de inspección para determinar si las obras contribuyen o no con los valores del centro de detención y el clima general de cumplimiento de las normas.
A todas luces, se trata de la sumisión y observancia de las normas y de los valores que emanan de la cultura popular estadounidense.
Entre los temas sobre los que los presos pueden leer hay revistas de fisicoculturismo, de navegación deportiva y de ski.
Los presos, sus abogados y el Comité Internacional de la Cruz Roja también pueden sugerir títulos, aunque la aprobación final recae en el comando.
El suburbio de clase media en el que transcurre la vida de las protagonistas de "Desperate Housewives" se parece mucho a los conjuntos de viviendas en los que se alojan los comandantes y oficiales, los contratistas y otros visitantes, situados en la parte céntrica de la base naval estadounidense.
En esa suerte de pueblito no faltan negocios como McDonald's, Pizza Hut, un pub irlandés, una tienda por departamentos, una iglesia, escuelas, transporte público y hasta un cine al aire libre muy al día con los estrenos de Hollywood.
Todo ese conjunto forma parte de las instalaciones civiles de la base militar, emplazada dentro de la profunda bahía y mayormente en su costa de barlovento.
En cambio, el centro de detención se encuentra a unos kilómetros al sudeste de la base, muy cerca de la costa y sobre el mar abierto, es decir fuera de la bahía.
Por todas partes el agua transparente y de color azul turquesa se encuentra con puntas rocosas, acantilados y playas de cantos rodados y de arena.
Los 26 detenidos que viven en el Campo 6 están muy cerca del mar Caribe, pero no pueden verlo; su contacto con el aire libre es un patio alambrado, con suelo de pedregullo, donde se emplazan unos pocos aparatos para hacer ejercicios, tender la ropa e intentar cultivar hierbas y verduras, aunque solo han prosperado unas plantitas de menta, único toque verde entre muros y alambres de púas.
Experiencia intensa
Guantánamo ha representado para él una "experiencia sumamente intensa", asegura.
Cuando se le pregunta qué opina sobre el hecho de que muchos de los detenidos a su cargo sufrieron en el pasado torturas, Gabavics contesta que no mira atrás, porque no puede "cambiar el pasado".
"Toda mi atención se dedica a que los detenidos reciban un trato adecuado según la ley, los cuidados que necesitan, atención médica y acceso a sus abogados", dice. "El pasado no cambia ni afecta en nada mi misión ni lo que tengo que hacer", insiste.
El coronel asegura que recibe cartas frecuentemente de los presos y que se ha despedido de cada uno de los que fueron liberados en los últimos meses.
"Puedo decir, y no me sorprende por el trato que les dispensamos, que en el momento de la despedida me dijeron gracias y me estrecharon la mano", sostiene.
Es inevitable preguntarle sobre el hecho de que su actual comandante en jefe, el presidente Donald Trump, ha dicho que sería adecuado reimponer las torturas a los sospechosos de terrorismo.
"Nosotros solo recibimos y ejecutamos órdenes", dice Gabavics.
"Pero puedo decirles que aquí no haremos ningún "submarino" ni cosas de esa naturaleza", añade. ¿Cómo puede estar tan seguro? "Porque es lo que indica la ley estadounidense y las políticas que están vigentes", contesta.
El "submarino" (waterboarding) que practicaron los torturadores de la CIA consiste colocar un trapo tapando el rostro la víctima y arrojarle luego agua encima; el agua ingresa por la nariz hacia los pulmones, causando sensación de ahogo.
Rezos al atardecer
Cuando el sol se pone, volvemos al Campo 6 poco antes del rezo vespertino de los musulmanes. Estamos a unos pocos metros de distancia de los prisioneros, pero el llamado a la oración atraviesa el muro de vidrio como si llegara desde otro continente.
Uno de los hombres se acerca a la puerta enrejada y da la vuelta a un cartelito de cartón que dice "Hora de rezar", mientras los demás terminan sin prisas de lavarse pies y manos para acomodarse en hilera algo detrás de quien conduce las oraciones.
Todo transcurre en pocos minutos y, acabado el rezo, algunos vuelven a sus celdas y uno de ellos se dirige nuevamente a la puerta para dar vuelta la señal de cartón: "El rezo ha terminado".
Afuera, los mirlos negros se juntan a trinar en los alambres de púas.
Barra de caramelo
Al día siguiente conocemos la "barra de caramelo", como se ha bautizado aquí a una simple franja de madera pintada a rayas blancas y rojas que se encuentra en Campo Eco y que marca el umbral hacia la libertad.
"Es el punto de no retorno", explica la joven militar a cargo de Campo Eco, una instalación que aloja algunas cabañas similares a las de un campamento de verano, pero sin ventanas, donde los detenidos pasan unos pocos días antes de ser liberados.
A otra área de Campo Eco también acuden otros detenidos, encadenados y esposados, para reunirse con sus abogados o para hablar con sus familias por Skype.
Donde no hay barras de caramelo es en el Campo 7, ubicado en algún sitio al norte de la prisión y que aloja a 15 prisioneros que alguna vez estuvieron en una de las cárceles secretas de la CIA.
"No hablamos de Campo 7; el hecho de que existe no está clasificado, pero la mayor parte de sus componentes sí lo están, así que todo lo que puedo decir es que se trata de un centro para detenidos de alto valor", dice Gabavics.
Los comandantes no pierden oportunidad de decir que las barracas en las que viven los soldados están por debajo de las condiciones mínimas y que se necesita invertir para construirles nuevas viviendas.
La tropa, en efecto, habita en una suerte de barrio conformado por pequeñas habitaciones parecidas a casas rodantes.
"Son muy pequeñas, pero por dentro no están mal; tienen aire acondicionado y todo lo necesario", dice un soldado. "Además, me quedan solo siete meses", agrega.
La vida de los militares transcurre entre una misión y otra, y ellos también cuentan el tiempo que les falta cumplir aquí.
Mientras, las iguanas toman el sol indiferentes. Al contrario que la gente, no son prisioneras de la esperanza ni de los cambios políticos en Guantánamo.