Por lo tanto, sentimos mucho más el frío saltando a un lago o piscina, porque la temperatura de la piel cae rápidamente. Después, cuando ya hemos permanecido en el agua por un tiempo, la temperatura de nuestra piel mantiene un nivel bajo pero constante, informa The Conversation.
Este estallido de los impulsos nerviosos generados por la caída de la temperatura de la piel nos da una alerta de un evento que podría provocar que la temperatura corporal central —es decir, la de los órganos internos— cayera. A veces esta caída puede resultar en hipotermia letal.
Además, estos impulsos, enviados a los músculos, generan un calor metabólico adicional mediante temblores. Por su parte, los vasos sanguíneos se estrechan, limitando que la sangre y su calor lleguen a los órganos internos.
Después de alcanzar la corteza cerebral —la parte del cerebro donde se produce el razonamiento— estos impulsos junto con otros que llegan del sistema límbico, responsable por nuestro estado emocional, generan información acerca del nivel de frio que sentimos. De esta manera, estas sensaciones nos motivan a realizar ciertas acciones para calentarnos.
Asimismo, algunos de nosotros tenemos la desgracia de sufrir del fenómeno de Raynaud —trastorno que consiste en una reducción extrema del flujo sanguíneo a la piel, sobre todo hacia los dedos de las manos y los pies—.
Durante el embarazo, cuando el feto actúa como un horno pequeño, sentir frío puede ser un síntoma de baja actividad hormonal de la tiroides, que requiere un suplemento de hormonas.
También las mujeres sanas suelen tener más frío que los hombres debido a que su temperatura normal de la piel es más baja, una consecuencia de un nivel mayor de grasa subcutánea y de la hormona estrógeno.